viernes, 8 de noviembre de 2019

EL PRINCIPIO DE LA HUMILDAD I

EL PRINCIPIO DE LA HUMILDAD

La humildad es el fundamento de la perfección cristiana, en la común opinión de los santos Padres. "Para llegar a ser grande -escribe san Agustín- hay que empezar haciéndose pequeño" ¿Queréis levantar el edificio de las virtudes cristianas? Es muy alto: procurad pues poner una base muy honda gracias a la humildad, porque quien quiere construir un edificio ha de excavar los cimientos en proporción a su tamaño y a la altura a que quiere levantarlo.

Ya formados en la práctica de la humildad, de ese inagotable manantial de todas las virtudes brotarán las palabras de aliento, de estímulo, de celo, que confirmarán a los justos en la santidad y atraerán, a los que están en el vicio y la perdición, hasta el camino de las virtudes y la salud.

El mayor consuelo que nos podéis dar es que seáis humildes, mansos y obedientes.

Es una verdad de la que no cabe duda que no habrá misericordia para los soberbios, que las puertas de los cielos permanecerán cerradas para ellos; que el Señor sólo las abrirá a los humildes. Para convencerse, basta con abrir la Sagrada Escritura, que nos enseña continuamente cómo Dios resiste a los orgullosos, humilla a los que se ensalzan; y cómo hay que hacerse semejante a los niños para entrar en su gloria, que quien a ellos no se asemeje será excluido, y, finalmente, que Dios otorga su gracia únicamente a los humildes.

Nunca estaremos bastante convencidos de lo importante que es para los cristianos, esforzarse en practicar la humildad y el arrojar del alma toda presunción, toda vanidad, todo orgullo. No hay que ahorrar esfuerzo ni fatiga para salir airosos en una empresa tan santa; y, como es cosa que no se logra sin la ayuda de Dios, hay que pedirla con insistencia, sin jamás cansarse. El cristiano ha contraído en el bautismo la obligación de seguir los pasos de Jesucristo, que es el modelo con el que se debe conformar nuestra vida. Ahora bien, este divino Salvador ha vivido la humildad hasta el extremo de hacerse la vergüenza de la tierra, para abajar lo más elevado y curar la llaga de nuestro orgullo, enseñándonos con su ejemplo el único camino que lleva al cielo. Ésta es, para hablar con propiedad la lección más importante del Salvador: Aprended de mí.

Abre los ojos del alma y considera que no tienes nada de que gloriarte. Tuyo sólo tienes el pecado, la debilidad y la miseria; y, en cuanto a los dones de naturaleza y de gracia que hay en ti, sólo a Dios -de quien los has recibido como principio de tu ser- pertenece la gloria.

Piensa con frecuencia en tu debilidad, en tu ceguera, en tu bajeza, en tu dureza de corazón, en tu sensualidad, en la insensibilidad ante Dios, en el apego a las criaturas y en tantas otras malas inclinaciones que nacen en tu naturaleza corrompida.

Imprime en tu alma el recuerdo de los pecados de la vida pasada; convéncete de que el pecado de soberbia es un mal tan abominable que cualquier otro -en la tierra o en el infierno- es muy pequeño en comparación con él; este pecado fue el que hizo prevaricar a los ángeles en el cielo y los precipitó a los abismos; fue el que corrompió a todo el género humano y desencadenó sobre la tierra la infinita multitud de males que durarán tanto como dure el mundo, como dure la eternidad.

Considera, además que no hay delito -por enorme y detestable que sea- hacia el que no se incline tu malvada naturaleza y del que no puedas verte reo; y que sólo por la misericordia de Dios y por el auxilio de su gracia te has librado hasta el día de hoy de cometerlo (conforme a la sentencia de San Agustín, de que no hay pecado en el mundo que el hombre no pueda cometer, si la mano que le hizo dejara de sostenerlo).

Piensa a menudo que antes o después has de morir, y que tu cuerpo se pudrirá en el sepulcro; ten siempre ante los ojos el tribunal inexorable de Jesucristo, delante del cual todos necesariamente hemos de presentarnos; medita en los eternos dolores que esperan a los condenados y en especial a los que imitan a Satanás, que son los soberbios. Piensa seriamente que el velo impenetrable que esconde los juicios divinos al ojo mortal te impide conocer si serás, o no, del número de los réprobos que, en compañía de los demonios, serán arrojados por toda la eternidad a aquel lugar de tormentos siendo víctima por siempre del fuego que enciende el soplo de la ira divina. Esta incertidumbre te será útil para mantenerte en una profunda humildad y para inspirarte un saludable temor.

No pienses que adquirirás la humildad sin las prácticas que le son propias: los actos de mansedumbre, de paciencia, de obediencia, de mortificación, de odio a ti mismo, de renuncia a tu propio juicio, a tus opiniones, de contrición por tus pecados, y de tantos otros; porque éstas son las armas que destruirán en ti el reino del amor propio, ese terreno despreciable de donde brotan todos los vicios y donde se alinean y crecen a placer tu orgullo y presunción.

Mantente en silencio y recogimiento mientras te sea posible; pero que esto no vaya en perjuicio del prójimo; y, si tienes que hablar, hazlo con contención, con modestia y con sencillez. Y si sucediera que no te escuchan -por manifestar desprecio o por otra causa-, no te disgustes; acepta esta humillación y súfrela con resignación y ánimo tranquilo.

Evita cuidadosamente las palabras altaneras, orgullosas o que parezcan una pretensión de cierta superioridad; evita también las frases estudiadas y las palabras irónicas; calla cuanto pueda darte fama de persona graciosa y que merece de estimación. En una palabra, no hables nunca de ti sin justo motivo y evita todo aquello que te pueda cosechar honras y alabanzas.

En las conversaciones no te rías de los demás ni los zahieras con palabras y sarcasmos; huye de todo lo que huela a espíritu mundano; y no hables de cosas espirituales como un maestro que da lecciones, a no ser que tu cargo o la caridad lo pidan; conténtate con preguntar a persona docta que pueda aconsejarte, porque el querer dárselas de maestro sin necesidad es echar leña al fuego del alma, que se consume ya en humo de soberbia.

Reprime con toda energía la curiosidad vana e inútil; por eso, no te afanes demasiado por ver las cosas que en el mundo tienen por bellas, raras y extraordinarias; esfuérzate, en cambio, por saber cuál es tu deber y lo que puede aprovecharte para tu salvación.

Muestra siempre un gran respeto y reverencia hacia tus superiores, una gran estima y cortesía hacia tus iguales y una gran caridad hacia los que están por debajo; convéncete que el obrar de otro modo sólo puede ser efecto de un espíritu que está dominado por la soberbia.

La ira es un vicio aborrecible en toda clase de personas -más en las que se dicen religiosas- y debe su violencia al orgullo que la sustenta; esfuérzate, por consiguiente, en acumular un caudal de dulzura a fin de que, cuando te ultrajen, por honda que sea la herida de la injuria, seas capaz de conservar la calma. En esas ocasiones no alimentes ni conserves en tu corazón sentimientos de odio o de venganza para el que te ofendió; antes bien, discúlpale de corazón (nota de Jorge: pero no sigas viéndole porque seguirá ofendiéndote, la gente no cambia ni podemos cambiarla, esas gotas ajenas constantes que horadan la piedra y te producen la depresión, toma distancia para no verlas ni escucharles, relativiza lo que te dicen, tu mujer siempre regañándote, tus conocidos siempre juzgándote y condenándote...), convencido de que no hay mejor disposición que ésta para alcanzar de Dios el perdón de las injurias que tú le has hecho. Este humilde sufrimiento te cosechará muchos méritos para el cielo.

Sufre con paciencia los defectos y la fragilidad del prójimo, teniendo siempre ante los ojos tu propia miseria por la que tú has de ser también compadecido por los demás.

Muéstrate manso y humilde con todos, y especialmente con aquellos hacia los que sientes una cierta repugnancia y aversión; no digas como algunos: "Dios me libre de sentir odio hacia aquella persona, pero no quiero verla a mi lado ni tener trato con ella" (nota de Jorge: huye de la plebe y de los pijos, de las prostitutas, de los homosexuales y las lesbianas...de los moros y de los judíos, de todo el que te insinúe una diferencia que atente contra tu condición natural, huye de los enemigos, de los franceses, de los nacionalistas, de los comunistas, de las mujeres, de los que rivalicen contigo por ser varón español y cristiano, ¿soportarías con paciencia aun a caracteres más duros y ásperos?, huye, no les ataques, pero defiéndete si van a por ti o tu familia o tu Estado).

Si te sobreviene alguna contradicción, bendice al Señor, que dispone las cosas del mejor posible; piensa que las has merecido, que merecerías todavía más, y que no eres digno de ningún consuelo; podrás pedir con toda simplicidad al Señor que te libre de ella, si así le place; pídele que te dé fuerzas para sacar méritos de esa contrariedad. En esas cruces no busques los consuelos exteriores, especialmente si te das cuenta de que Dios te las manda para humillarte, para debilitar tu orgullo y presunción. En medio de ellas debes decir con el Rey Profeta: "¡Cuán bueno ha sido para mí, Señor, que me hayas humillado, porque así he aprendido tus mandatos!"

En la comida no debes sentir disgusto cuando los alimentos no son de tu agrado; haz como los pobres de Jesucristo, que comen de buen grado lo que les dan y dan las gracias a la Providencia (nota: pero en esa cárcel intentar buscar remedio, que no dure mucho esa situación).

(Nota de Jorge: porque no te va a querer una mujer, un hijo, tu discípulo o tu público, ¿Pedro, me amas?, en justo merecimiento). Nunca desees ser amado de una manera singular. Puesto que el amor depende de la voluntad cuya voluntad está inclinada al bien por naturaleza, ser amado y ser amado como bueno, es la misma cosa; por tanto, el afán de ser estimado por encima de los demás no es conciliable con una sincera humildad. ¡Qué gran fruto obtendrás si obras así! Tu alma, sin mendigar el amor de las criaturas, se refugiará en las sagradas llagas del Salvador; allí, en el Corazón adorable de Jesús, experimentarás las indecibles dulzuras divinas, y -habiendo renunciado generosamente por Él al amor de los hombres- podrás gustar en abundancia la miel de los consuelos divinos, que te serían negados si hubieses sido presa de la falsa y engañosa dulzura de los consuelos terrenos; porque los consuelos divinos son tan puros y sinceros que no pueden ser mezclados con los consuelos de aquí abajo, y somos inundados por aquellos en la medida en que nos despojamos de éstos. De otra parte, tu alma podrá volverse libremente hacia Dios y reposar en Él con el pensamiento de su presencia y de sus perfecciones infinitas. Por último, no habiendo cosa más dulce que amar y ser amado, si te privas de este placer por amor de Dios, y Dios se posesiona de tu corazón (nota de Jorge: ¿destinado para amar?), no dividido por el amor de otra criatura, ofrecerás un sacrificio muy acepto a Dios (nota de Jorge: misericordia quiero no sacrificios), y no temas que obrando así se vaya a enfriar tu amor al prójimo, porque no le amarás por interés -por seguir tu inclinación- sino tan sólo por dar gusto a Dios, haciendo lo que sabes que le agrada (nota de Jorge: que puede ser amar al prójimo de verdad, ¿con un sacrificio de la propia vida?, los maridos casados y aguantándolas en provincias).

Haz todo, por pequeño que sea, con mucha atención y con el máximo esmero y diligencia; porque el hacer las cosas con ligereza y precipitación es señal de presunción; el verdadero humilde está siempre en guardia para no fallar ni en las cosas más menudas. Por la misma razón, practica siempre los ejercicios de piedad más corrientes y huye de las cosas extraordinarias que te sugiere tu naturaleza; porque así como el orgulloso quiere siempre singularizarse, el humilde se complace en las cosas ordinarias y corrientes.

(Nota de Jorge: DEL CONTROL Y AHORRO DE LA CASTIDAD,
DEL CONTROL DE LAS TENTACIONES DEL SEXO Y DE LAS MUJERES...).
Evita las conversaciones inútiles con personas del otro sexo y, en las necesarias, mantente en la más escrupulosa modestia y sujección; finalmente, puesto que sin la gracia de Dios no puedes hacer nada bueno, pídele continuamente que tenga misericordia de ti y que no te deje solo ni un instante.

¿Has recibido de Dios grandes talentos?¿Eres, por ventura, un grande del mundo? Esfuérzate en conocerte tal como eres y procura persuadirte de tu debilidad, de tu incapacidad y de tu nada; debes hacerte más pequeño que un niño; no busques las alabanzas de los hombres, ni ambiciones honores; por el contrario, rechaza las unas y los otros.

Si te hacen una injuria o te ocasionan algún disgusto grave, en vez de indignarte con quien te ha ofendido, alza los ojos al cielo y mira al Señor, quien -con su infinita y amable providencia- lo ha permitido para que expíes por tus pecados o para destruir en ti el espíritu de soberbia, obligándote a hacer actos de paciencia y de humildad.

Cuando se te presente la ocasión de prestar al prójimo algún servicio bajo y abyecto, hazlo con alegría y con la humildad con que lo harías si fueras el siervo de todos. De esta práctica sacarás grandes tesoros de virtud y de gracia.

Rehusar los malos tragos es rebelarse contra la saludable justicia de nuestro Dios, es rechazar el cáliz que misericordiosamente nos brinda, y en el que el mismo Jesucristo, aunque inocente, quiso beber el primero (nota de Jorge: no es hacerse el hagakiri).

Si cometes alguna falta que sea motivo para que te desprecie quien la presenció, siente un vivo dolor por haber ofendido a Dios y por haber dado un mal ejemplo al prójimo, y acepta la deshonra como un medio que Dios te envía para que expíes tu pecado y para hacerte más humilde y virtuoso. Si, al contrario, el verte deshonrado te duele y te entristece, es que no eres humilde de verdad, que estás todavía envenenado por la soberbia. Pídele en este caso al Señor, con mucha insistencia, que te cure y te libre de ese veneno, porque si Dios no se apiada de ti caerás en otros abismos.

Si entre los que te rodean hay alguno que te parece despreciable, obrarás sabia y prudentemente si, en vez de publicar y censurar sus defectos, te fijas en las buenas cualidades -naturales y sobrenaturales- de que Dios le ha dotado, y que le hacen digno de respeto y honor. Al menos, ve siempre en él a una criatura de Dios, formada a su imagen y semejanza, rescatada con la Sangre preciosa de Jesucristo, un cristiano marcado con la luz del rostro de Dios, un alma capaz de verle y poseerle por toda la eternidad, y quizá un predestinado por el consejo secreto de su adorable providencia. ¿Sabes tú, acaso, las gracias que el Señor ha derramado sobre él, o las que va a derramar? Pero, sin entrar en más averiguaciones, lo mejor será rechazar de inmediato todos esos pensamientos de desprecio que son inspiraciones venenosas del tentador.

En la misma proporción en que te causen disgusto las alabanzas que te dispensen, debes experimentar alegría por los elogios y honores hechos a los demás y, por tu parte, debes contribuir a honrarles en la medida en que la franqueza y la verdad te lo permitan. Los envidiosos no soportan las glorias del prójimo porque estiman que van en disminución de las propias; precisamente por esto deslizan hábilmente en las conversaciones ciertas palabras ambiguas o frases con doble sentido dirigidas a menguar o a hacer dudosos los méritos que, con resentimiento por su parte, adornan a los demás. Tú no obres así porque, alabando a tu prójimo, alabas simultáneamente al Señor y le agradeces los dones que distribuye y los beneficios que se pueden obtener para Su Servicio.

Cuando difamen al prójimo siente un verdadero dolor, y busca una excusa para el maldiciente; pero tienes que salir en defensa de la persona que es blanco de la murmuración y, con tal destreza, que tu defensa no se convierta en una segunda acusación; así, insinuarás sus cualidades, o pondrás de relieve la estima que merece a otros y a ti mismo, o bien cambiarás hábilmente de conversación o pondrás de manifiesto tu desagrado. Obrando de esta manera, te harás un gran bien a ti mismo, al maldiciente, a los oyentes y a aquel de quien se estaba hablando. Pero si tú -sin hacerte la más mínima violencia- te complaces en ver a tu prójimo humillado y te disgustas cuando lo ensalzan, ¡cuánto te falta aún para alcanzar el incomparable tesoro de la humildad!

No habiendo nada más provechoso para avanzar espiritualmente que ser advertido de los propios defectos, es muy necesario y conveniente que los que te hayan hecho alguna corrección se sientan estimulados por ti a obrar lo mismo en otra ocasión. Después de haberlas recibido con muestras de alegría y agradecimiento, imponte como un deber seguirlas, no sólo por el beneficio que reporta el corregirse, sino también para hacerles ver que su preocupación no ha sido infructuosa y que valoras sus esfuerzos. El soberbio, aunque se corrija, no quiere aparentar que ha seguido los consejos que le han dado, antes bien los desprecia; el verdadero humilde tiene a honra someterse a todos por amor de Dios, y observa los sabios consejos que recibe como venidos de Dios mismo, sea cual sea el instrumento de que Él haya querido servirse.

Un enfermo que ansía vivamente la curación procura evitar todo lo que pueda retrasarla; toma con miedo aun los alimentos más inofensivos y, casi a cada bocado, se detiene pensando si le sentarán bien; también tú, si deseas con todo el corazón curarte de la funesta enfermedad de la soberbia, si verdaderamente anhelas adquirir la virtud de la humildad, has de estar siempre en guardia para no decir o hacer lo que pueda impedírtelo; por esto, es bueno que pienses siempre si lo que vas a hacer te lleva o no a la humildad, a fin de hacerlo inmediatamente o a rechazarlo con todas tus fuerzas.

Otro motivo poderoso que ha de empujarte a practicar la hermosa virtud de la humildad es el ejemplo de nuestro divino Salvador, al cual debes conformar toda tu vida. Él ha dicho en el santo Evangelio: "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón". Y como advierte San Bernardo, "¿qué orgullo hay tan obstinado que no pueda ser abatido por la humildad de este divino Maestro?" Se puede decir con toda verdad que sólo Él se ha humillado realmente y se ha abajado; nosotros no nos abajamos, nos limitamos a ocupar el lugar que nos corresponde, porque siendo ruines criaturas, culpables de mil delitos, sólo tenemos derecho a la nada y al castigo; pero nuestro Salvador Jesucristo se ha puesto por debajo del lugar que le corresponde. Él es el Dios omnipotente, el Ser infinito e inmortal, el Árbitro supremo de todo; sin embargo, se ha hecho hombre, débil y pasible, mortal y obediente hasta la muerte. Se ha rebajado hasta lo ínfimo de las cosas. Aquel que es en el cielo la gloria y bienaventuranza de los ángeles y de los santos ha querido hacerse varón de dolores y ha tomado sobre sí las miserias de la humanidad; la Sabiduría increada y el principio de toda sabiduría ha cargado con la vergüenza y los oprobios del insensato; el Santo de los Santos y la Santidad por esencia ha querido pasar por un criminal y un malhechor; Aquel a quien adoran en el cielo los innumerables ejércitos de los bienaventurados ha querido morir sobre una Cruz; el Sumo Bien por naturaleza ha sufrido toda clase de miserias temporales. Después de tal ejemplo de humildad, ¿qué debemos hacer nosotros, polvo y cenizas?¡Podrá parecernos dura alguna humillación a nosotros, pecadores miserables!

Considera también los ejemplos que nos han dejado los santos de la antigua y de la nueva Alianza. Isaías, profeta virtuoso y observante, se creía impuro delante de Dios, y confesaba que toda su justicia -es decir, sus buenas obras- eran como un paño sucio. Daniel, a quien el mismo Dios llamó santo, capaz de detener con su oración la cólera divina, hablaba a Dios como un pecador lleno de vergüenza y confusión. Santo Domingo -milagro de inocencia y santidad- había llegado a tal grado de desprecio hacia sí mismo, que creía atraer la maldición del cielo sobre las ciudades por las que pasaba; por ello, antes de entrar en cualquiera de ellas, se postraba rostro en tierra y decía entre sollozos: "Yo os conjuro, Señor, por vuestra amabilísima misericordia, que no miréis mis pecados; para que esta ciudad que me va a servir de refugio no sufra los efectos de vuestra justísima venganza". San Francisco -que por la pureza de su vida mereció ser imagen de Jesús Crucificado- se tenía por el más perverso pecador de la tierra, y este pensamiento estaba tan grabado en su corazón que nadie se lo había podido arrancar, y lo razonaba diciendo que si Dios le hubiese concedido aquellas gracias al último de los hombres habría hecho de ellas mejor uso que él y no le habría pagado con tanta ingratitud. Otros Santos se consideraban indignos del alimento que comían, del aire que respiraban y de los vestidos con que se cubrían; otros tenían por un gran milagro el que la misericordia divina los soportases sobre la tierra y no los precipitara en el infierno; otros se admiraban de que los hombres los tolerasen y que las criaturas no los exterminaran y aniquilaran. Todos los santos han abominado las dignidades, las alabanzas y los honores y, por el gran desprecio que sentían hacia sí mismos, no deseaban sino las humillaciones y los oprobios. ¿Tal vez eres tú más santo que ellos?¿Por qué, siguiendo su ejemplo, no te tienes por algo despreciable a tus ojos?¿Por qué no buscas, como ellos, las delicias de la santa humildad?

Para avanzar más en esta virtud y endulzar y familiarizarte con las humillaciones, TE SERÍA MUY PROVECHOSO REPRESENTARTE EN LA IMAGINACIÓN CON FRECUENCIA LAS OFENSAS QUE PUDIERAS SUFRIR EN EL FUTURO, esforzándote en aceptarlas aun a costa de la naturaleza obstinada, como garantía del amor que Dios te tiene y como medio seguro de santificación. Para ello tendrás, tal vez, que sostener muchos combates; pero sé valiente y esforzado en la lucha hasta que te sientas firme y decidido a sufrirlo todo con alegría por amor de Jesucristo.

¿Puede quejarse un pecador ruin y miserable como yo de esta tribulación?¿Acaso no he merecido castigos infinitamente más duros?¿No sabes, alma mía, que las humillaciones y los sufrimientos son el pan con que te ha socorrido el Señor a fin de que te levantes -ya de una vez- de tu miseria y tu indigencia? Si lo rehúsas, te haces indigna de él y estás rechazando un rico tesoro, que tal vez te será quitado para dárselo a quienes hagan mejor uso de él. El Señor quiere hacerte del número de sus amigos y discípulos del Calvario, y tú, por cobardía, ¿vas a huir del combate?¿Cómo quieres recibir la corona sin haber peleado?¿Cómo pretendes el premio sin haber sostenido el peso del día y del calor? Éstas y otras consideraciones parecidas encenderán tu fervor y fomentarán en ti el deseo de llevar una vida de sufrimiento y de humillación semejante a la de nuestro Salvador Jesucristo.

Sea María tu sostén, sea María tu consuelo; pero la principal gracia que debes pedirle es la santa humildad; no te canses de pedírsela hasta que te la conceda, y no tengas miedo de importunarla. ¡Cómo le gusta a María que la importunes por la salud de tu alma y para ser más grato a su divino Hijo! Pídele, finalmente, que te sea propicia. Se lo pedirás por su humildad, que fue la causa de ser elevada a la dignidad de Madre de Dios, y por esta Maternidad, que fue el fruto inefable de su humildad.

Acude, también, a los santos que más han destacado en esta virtud. A San Miguel, que hizo el primer acto de humildad (como Lucifer fue el primer soberbio); a san Juan Bautista que, aunque llegó a tanta santidad que le creyeron el Mesías, tenía tal concepto de sí mismo que se juzgaba indigno de desatar la correa de los zapatos del Señor; a San Pablo, el Apóstol privilegiado, que fue arrebatado al tercer cielo, y que, después de haber escuchado los arcanos de la divinidad, se tenía por el último de los apóstoles, hasta el punto de no merecer ni siquiera ese nombre; a San Gregorio Papa, que, por escapar del Sumo Pontificado de la Iglesia, se esforzó más que los ambiciosos se esfuerzan en conseguir los mayores honores; a San Agustín, que, en la cima de la gloria que recibía de todos como santo Obispo y Doctor de la Iglesia católica, dejó en su admirable libro de las Confesiones y en el de Retractaciones un monumento imperecedero de su humildad; a San Alejo, que, en la casa paterna, prefirió los desprecios y los ultrajes de sus servidores, a los honores y dignidades que fácilmente hubiera podido cosechar; a San Luis Gonzaga, que, siendo señor de un rico marquesado, renunció a él con alegría y cambió las grandezas del siglo por una vida humilde y mortificada; en fin, podrás recurrir a tantos y tantos santos que resplandecen por su humildad con luz muy viva en las festividades de la Iglesia. Todos estos humildes siervos de Dios intercederán en el cielo por ti, para que te cuentes en el número de los imitadores de su virtud.

Si por pereza dejas los medios necesarios para alcanzar la humildad, te sentirás pesaroso, inquieto, descontento y te harás la vida imposible y, quizá, también a los demás y -lo que más importa- correrás el gran peligro de perderte eternamente; al menos se te cerrará la puerta de la perfección, ya que fuera de la humildad no hay otra puerta por la que se pueda entrar. Ármate, pues, de un santo atrevimiento para que nadie te pueda abatir; levanta la mirada y dirígela arriba, hacia Jesús Crucificado, que -cargado con su Cruz- te enseña el camino de la humildad y de la paciencia, que han recorrido ya muchos santos que reinan en el cielo con Él; mira cómo te anima a seguir su camino y el de los verdaderos imitadores de su virtud. Mira a los santos ángeles que ansían tu salvación, mira cómo te animan a que tomes la estrecha senda, la única segura, la única que conduce a la gloria y que nos hace ocupar los lugares del paraíso que dejó vacíos la soberbia de los ángeles rebeldes. ¿No oyes cómo los bienaventurados proclaman por todo el paraíso que la única vía que les ha permitido gozar de esa gloria inmensa es la de las humillaciones y sufrimientos? Contempla cómo gozan y se alegran contigo por esos primeros deseos que tienes de imitarlos; mira cómo te animan a no perder el ánimo.

Considera, por último, que nuestro divino Maestro aconsejaba a sus discípulos que "se tuviesen por siervos inútiles aun después de haber hecho todo lo que les había sido mandado". De igual forma, tú -cuando hayas observado estos consejos con la máxima exactitud-, debes tenerte por siervo inútil; convéncete de que no lo debes ni a tus fuerzas y ni a tus méritos, sino a la bondad e infinita misericordia de Dios; dale gracias por tan gran beneficio de todo corazón. Pídele cada día que te conserve este tesoro hasta el momento en que tu alma -desligada de los lazos que la tenían atada a las criaturas- vuele libremente hacia el seno de su Creador para gozar allí, eternamente, de la gloria que está reservada a los humildes.


La práctica de la humildad
papa León XIII

LA ORACIÓN DEL SILENCIO

LA ORACIÓN DEL SILENCIO

La oración no es más que comunicarse con Dios como con un familiar y como debe de ser.

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La oración, prosigue el santo Bernardo, gobierna los afectos de nuestro corazón y encamina hacia Dios nuestras obras; pero, sin meditación, se inclinan hacia la tierra nuestros afectos, tras ellos van las obras, y todo anda en desorden.

Por tanto, quien deja la oración dejará de amar a Jesucristo. La oración es la feliz hoguera en que se enciende y conserva el fuego del santo amor. Santa Catalina de Bolonia decía: "Quien no frecuenta la oración, se priva del lazo que une al alma con Dios, por lo que no será difícil que el demonio, hallando al alma fría en el amor divino la arrastre a cebarse en cualquier emponzoñada manzana". Por el contrario, decía santa Teresa: "Si persevera en la oración, por pecados, y tentaciones, y caídas de mil maneras que ponga el demonio, en fin, tengo por cierto que la saca el Señor a puerto de salvación, como, a lo que ahora parece, me ha sacado a mí". Y en otro pasaje afirma: "El que no deja de andar e ir adelante, aunque tarde, llega. No parece es otra cosa perder el camino sino dejar la oración". E insiste otra vez: "¡Y qué bien acierta el demonio, para su propósito, en cargar aquí la mano! Sabe el traidor que el alma que tenga con perseverancia oración, la tiene perdida, y que todas las caídas que le hace dar la ayudan, por la bondad de Dios, a dar después mayor salto en lo que es su servicio: algo le va en ello". ¡Cuántos bienes se recolectan en la oración! En ella se conciben santos pensamientos, se encienden afectos devotos, se fortalecen grandes deseos y se forman propósitos inquebrantables de entregarse del todo a Dios; en ella el alma sacrifica a Dios todos los afectos terrenos y todos los apetitos desordenados. Decía san Luis Gonzaga: "No habrá mucha perfección donde no hubiere mucha oración".

El alma ha de darse a la oración para conocer cuál sea la voluntad de Dios (nota Jorge: aunque en silencio no lo sabes) y pedirle la necesaria ayuda para cumplirla.

Santa Teresa decía que el alma que abandona la oración (nota de Jorge:la misa y el sacerdote) no necesita de demonios que la lleven al infierno, pues por sí misma se encamina a él.

De este ejercicio de la oración procede que el alma piense siempre en Dios. "El verdadero amante en toda parte ama y siempre se acuerda del amado. Recia (Nota de Jorge: RECIO, el que juega a ir contra sí mismo) cosa sería que sólo en los rincones se pudiese tener oración", decía santa Teresa. Y de aquí procede también que las personas de oración hablen siempre de Dios, sabiendo como saben cuánto le agrada que los amadores se deleiten en hablar de Él y del amor que les profesa, procurando de este modo inflamar a los demás en el amor divino (Nota de Jorge: a veces callamos de Dios para hablar del amor).

Porque las personas dadas a oración deben amar la soledad y no distraerse con cosas vanas e inútiles; que es excelente medio para tener el alma unida a Dios. "Huerto cerrado eres, hermana mía, esposa" (Cant 4,12).

Quien por el estudio abandona la oración da pruebas de que no busca a Dios, sino a sí mismo.

¿Cómo ha de durar la caridad si no da Dios la perseverancia?¿Cómo la dará Dios si no la pedimos?¿Cómo la pediremos si no hay oración...?
Sin la oración ni hay comunicación de Dios para conservar las virtudes adquiridas ni para adquirir las perdidas.

¿Qué mayor prueba de amor puede testimoniar un amigo a otro que decirle :"Pídeme, amigo mío, cuanto desees, que yo te lo otorgaré"? Pues esto es lo que nos dice el Señor: "Pedid, y se os dará, buscad, y hallaréis" (Lc 11,9). Por donde se ve que la oración se llama omnipotente ante Dios para alcanzar toda suerte de bienes. "La oración, a pesar de ser una, lo puede todo" escribió Teodoreto. El que reza obtiene de Dios cuanto quiere. Hermosas son las palabras de David: "Bendito sea Dios, que no apartó mi súplica ni su misericordia alzó de mí" (sal 65,20). Glosando san Agustín este pasaje, dice: "Si de tu parte no falta la oración, ten por cierto que tampoco faltará la misericordia divina". Y san Jerónimo añade: "Siempre se alcanza algo, hasta el momento de pedir". Cuando oramos al Señor, antes de terminar la oración ya Él nos tiene concedido lo que le pedimos; por tanto, si somos pobres, no nos quejemos de nosotros mismos, porque lo somos porque nos empeñamos en ello, y de ahí que no merezcamos compasión. ¿Qué compasión puede merecer un mendigo que, teniendo un señor sobrado rico, que desea otorgarle cuanto le pida, nada le pide, prefiriendo quedar en su pobreza antes de pedir al señor lo que es tan necesario? Pues bien, dice el apóstol: "Rico es el Señor para todos los que le invocan" (Rom 10,12).

Por eso escribió santo Tomás que, si quiere el hombre entrar en el cielo, ha de ser por medio de la continua oración. Y ya antes lo había dicho Jesucristo: "es menester siempre orar y no desfallecer" (Lc 18,1), y después el apóstol "Orad sin cesar" (1Tes 5,17), porque en el punto mismo en que dejemos de encomendarnos a Dios, el demonio nos vencerá. La gracia de la perseverancia es cierto que no la podemos merecer, como enseña el concilio de Trento y, con todo, la podemos merecer en cierto sentido, como dice san Agustín, si insistimos en la oración. El Señor nos quiere dispensar sus gracias, pero quiere que se las pidamos, y hasta, como dice san Gregorio, quiere ser importunado y como forzado por nuestros ruegos. Santa María Magdalena de Pazzi decía que cuando pedimos mercedes a Dios, no sólo nos escucha, sino que, en cierta manera, nos lo agradece. Y, en efecto, siendo Dios bondad infinita, que suspira por comunicarse, tiene, por decirlo así, infinito deseo de comunicarse a los demás, pero quiere que le pidamos esos bienes, y cuando se ve importunado por un alma, es tanto el gozo que recibe, que en cierto modo le queda obligado.

Dice san Bernardo que Dios es quien da la gracia, pero la concede por manos de María: "Busquemos, pues, la gracia, y busquémosla por María, porque lo que se busca se encontrará, y la oración no puede quedar frustrada". Si María ruega también por nosotros, estemos seguros de ser atendidos, porque sus ruegos son siempre atendidos y no pueden tener repulsa.


Práctica de amar a Jesucristo
San Alfonso María de Ligorio

EL PRINCIPIO DE LA HUMILDAD II

EL PRINCIPIO DE LA HUMILDAD II

El espíritu de mansedumbre es propio de Dios: "Mi recuerdo es más dulce que la miel" (Si 24,37).

San Francisco de Sales, maestro y ejemplo de mansedumbre, decía: "La humilde mansedumbre es la virtud de las virtudes, que Dios tanto nos recomienda, y por esto es menester practicarla siempre y en todo lugar".

Esta mansedumbre ha de practicarse con los pobres de especial manera, porque, de ordinario, por ser pobres, son tratados ásperamente por los demás. Debe, asimismo, practicarse con los enfermos, los cuales, aquejados como se ven por sus dolencias, están mal asistidos. Y más particularmente ha de practicarse la mansedumbre con los enemigos. "Vence el mal a fuerza de bien" (Rom 12,21). Es necesario vencer el odio con el amor, las persecuciones con la mansedumbre, como hicieron los santos, granjeándose de esta suerte el afecto de sus más obstinados perseguidores.

Dice san Francisco de Sales: "Nada edifica tanto al prójimo como el trato afable y amoroso".

"No sabéis a qué espíritu pertenecéis" (Lc 9,55). Así dijo Jesucristo a sus discípulos Santiago y Juan cuando le pidieron castigara a los samaritanos por haberlos expulsado de su país. ¿Cómo?, dijo Jesús: ¿Qué espíritu es ese? No es, por cierto, el mío, todo dulzura y benignidad, pues no vine a perder, sino a salvar. ¿Y vosotros intentáis que pierda a los samaritanos? Callad y no me dirijáis tal súplica, porque repito que ese no es mi espíritu. Y, a la verdad, ¡con cuánta dulzura trató Jesucristo a la adúltera!: "Mujer ¿nadie te ha condenado? Pues yo tampoco te condeno: Vete y no quieras pecar más" (Jn 8,10-11). La amonestó a que no pecara más y la despidió en paz. ¡Con qué benignidad, a la vez, buscó la salvación de la samaritana! Primero le pidió de beber y luego le dijo: "¡Si supieras tú quién es el que te pide de beber!" Después le reveló que era el Mesías esperado. Con cuánta dulzura trató de convertir al impío Judas, lavándole los pies, admitiéndolo a comer de su mismo plato, y diciéndole en nel mismo momento del prendimiento: "Amigo ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?" (Lc 22,48). Y para convertir a Pedro, después de la triple negación, ¿qué hace?: "Y en aquel momento, estando aún hablando, cantó el gallo y el Señor se volvió y miró a Pedro" (Lc 22,61). Al salir de casa del pontífice, sin echarle en cara su pecado, le dirigió una tierna mirada, que obró su conversión, de tal modo que Pedro, mientras vivió no dejó de llorar la injuria hecha a su maestro.

Y hasta cuando caemos en alguna falta, también entonces nos es necesaria la mansedumbre: irritarse contra sí después de una falta no es humildad, sino refinada soberbia, como si no fuéramos por naturaleza más que flaqueza y miseria. Decía santa Teresa: "Esta es una humildad falsa que el demonio inventaba para desasosegarme y provocar si podía traer el alma a la desesperación. Irritarnos con nosotros mismos después de la falta, es una falta mayor que la anterior y causa de muchas otras, nos hará dejar las devociones, la oración, la comunión, y si no, será con muchas imperfecciones". Y san Luis Gonzaga: en el agua turbia no se ve, por lo que aprovecha el demonio para sus pescas. Cuando el alma estuviere turbada, no reconocerá a Dios ni lo que procede hacer. Entonces, por tanto, después de la caída en cualquier defecto, es cuando hay que volver a Dios confiada y humildemente, pidiéndole perdón y diciéndole con santa Catalina de Génova: "Estas, Señor, son las flores de mi vergel". Te amo con todo mi corazón, me arrepiento de haberte disgustado y ya no quiero volver a hacerlo; préstame tu ayuda.

"Entonces le escupían a la cara y le daban bofetadas en el rostro y otros le golpeaban" (Mt 26,67). Al considerar esto, ¿Cómo podrá dejar de amar los desprecios? Con este fin quiso nuestro Redentor que fuese expuesta en nuestros altares su imagen, no ya en forma gloriosa, sino crucificada, para que tuviésemos siempre ante los ojos sus desprecios, ante los cuales los santos se gloriaban viéndose despreciados en esta tierra. Esta fue la petición que san Juan de la Cruz dirigió a Jesucristo cuando se le apareció con la cruz a cuestas: "Señor, padecer y ser despreciado por ti". Viéndote a ti, Señor, despreciado, por amor mío, no te pido más que padecer y ser despreciado por tu amor.

"Bienaventurados seréis cuando os injurien y persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos, pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros". (Mt 5,11-12)

Quien quiere amar a Jesucristo con todo su corazón, debe vaciarlo de cuanto no siendo Dios, nazca del amor propio. Esto significa no buscar lo suyo, olvidarse de sí para no buscar más que a Dios. Es lo que pide el Señor de cada uno de nosotros cuando nos dice: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón" (Mt 22,37).

¡Cuánto estima Jesucristo a los corazones mansos que, al recibir afrentas, burlas, calumnias, persecuciones y hasta golpes y heridas, no se irritan contra quienes los injurian o golpean! "Siempre le es agradable a Dios la oración de los mansos de corazón" (Jdt 9,16). Las oraciones de los humildes siempre son agradables a Dios, lo que equivale a decir que son siempre escuchados. A ellos de modo especial les está prometido el paraíso: "Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra" (Mt 5,4). Decía el P. Álvarez que el cielo es la patria de los despreciados, de los perseguidos y abatidos; sí, porque a estos, y no ya a los soberbios, que disfrutan de las honras y estimaciones mundanas, les está reservada la posesión del reino eterno. Escribió David que los mansos no solo alcanzarán la eterna bienaventuranza, sino que también en esta vida disfrutarán de extraordinaria paz (Sal 37,11).

La perfección consiste:
Primero, en un verdadero desprecio de sí mismo.
Segundo, en la total mortificación de los malos apetitos.
Tercero, en la perfecta conformidad con la voluntad de Dios.

Escribe san Francisco de Sales: "Muchos dicen al Señor: Me consagro a ti sin reserva, y pocos son los que se abrazan con la práctica de este entregamiento, que no es otra cosa que la perfecta indiferencia en aceptar todo lo que nos acontece, como nos vaya aconteciendo, según el orden de la divina Providencia, ya sean aflicciones o ya consuelos, desprecios y baldones, como honores y gloria".


Práctica de amar a Jesucristo
San Alfonso María de Ligorio



Todos tratamos -casi inconscientemente- de aparentar a cualquier precio una fachada agradable, de ser considerados por los demás, de dar una buena impresión, de mostrarnos como no somos, lo cual no es, ni más ni menos, que frivolidad, superficialidad, falta de peso específico, vanidad. Es decir, olvido de la cimentación -del crecer hacia dentro- que es en lo que estriba la autenticidad cristiana.

Un hombre será tanto más humilde cuanto más luche por serlo, aunque necesariamente tenga fallos. Y estos fallos -y su aceptación-, en contra de lo que a primera vista pudiera parecer, son los que, en definitiva, dan la medida de nuestra humildad. El fallo o el fracaso aceptado es paradójicamente crecimiento de la virtud correspondiente.

La humildad exige un punto exacto, una postura ecuánime, una actitud verdadera, un mantenerse, en fin, en el fiel de la balanza sin dar lugar al balanceo.

Es Santa Teresa quien habla: "Una vez estaba yo considerando por qué razón era Nuestro Señor tan amigo de esta virtud de la humildad, y púsoseme delante -a mi parecer, sin considerarlo, sino de presto- esto: que es porque Dios es suma Verdad, y la humildad es andar en verdad; que lo es muy grande no tener cosa buena de nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien esto no entiende, anda en mentira. A quién más lo entienda agrada más a la suma Verdad porque anda en ella".

La humildad, pues, es la verdad. Es reconocer lo bueno que tenemos -que algo tenemos bueno- y no jactarnos de ello como si lo tuviéramos en propiedad inalienable e imprescriptible. Es percatarse de ello y dar gracias a Dios, pero sin afanes exhibicionistas.

En la parábola de las minas (Lc 19,11-26) el Señor entrega a sus siervos unas monedas -a cada uno según su capacidad-, y les impone la obligación de negociarlas en su ausencia -negociad mientras vuelvo-. Evidentemente, los criados fueron conscientes de lo que había recibido cada uno, incluso de que no todos recibieron la misma cantidad, porque de no haber sido así, ¿cómo hubieran podido negociar? Al final el Señor les hará rendir cuentas de lo que recibieron y no exigirá a todos lo mismo, sino a cada uno en función de la cantidad percibida.

Es evidente que somos criaturas de Dios, hombres hechos a su imagen y semejanza, pero hombres al fin; adornados con dones y gracias especiales, que nos hacen aparecer ante el mundo como lo que no somos realmente; pobres hombres desiguales que han de rendir cuentas proporcionadas, en su momento y hora. Yo puedo y debo reconocer lo que he recibido gratuita y generosamente, lo que no puedo es vanagloriarme de ello, porque sería tanto como empezar a errar. Es verdad que he recibido tanto o cuanto en inteligencia, voluntad, honores, prestancia, riqueza... pero no es verdad que esto sea mío o se me deba a mí. Y, en último extremo, el recibir mucho -o el recibir más- quiere decir que, en contrapartida, se me exigirá mucho o más que a quien recibió poco o menos. Es decir, grava la conciencia más que la alivia.

Este reconocer, lo más aproximadamente posible, lo que he recibido, sin pretender apropiármelo ni en más, ni en menos, es lo que llamamos humildad. Es, pues, admitir que Dios levanta y adorna a su criatura porque quiere, sin pretender buscar a esto una explicación natural o lógica. "Eres polvo sucio y caído. -Aunque el soplo del Espíritu Santo te levante sobre las cosas todas de la tierra y haga que brille como oro, al reflejar en las alturas con tu miseria los rayos soberanos del Sol de Justicia, no olvides la pobreza de tu condición. Un instante de soberbia te volvería al suelo, y dejarías de ser luz para ser lodo".

Dice San Pablo: "¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿de qué te jactas?" Vanagloria -incluso con desprecio del prójimo- de haber nacido rico, o rubio, o alto, o fuerte, o inteligente, o voluntarioso... o todo junto, es tan lamentable a los ojos de Dios -y de los hombres- que resulta temerario.

La humildad es la verdad. Es un reconocimiento de lo que se tiene, para custodiarlo y agradecerlo, sin presunciones ingenuas ni jactancias pueriles.

Santiago Apóstol, primer obispo de Jerusalén. Dice así en su epístola: "Dios se opone al orgulloso y otorga su gracia al humilde" (4,6). Y este abandono en que Dios deja al soberbio, es la natural consecuencia del comportamiento de un hombre que a fuerza de convencerse de sus cualidades y valía, desemboca en la autosuficiencia. No necesita de nada, ni de nadie. Este es el triste tributo que suele pagar quien no esté dispuesto a claudicar ante sus limitaciones o a escuchar la voz amiga que le reprende con el fin de que rectifique en sus posiciones.

Este hombre podrá llegar a estar plenamente poseído de sí mismo, pero nunca será feliz, porque quien se encierra en su propio caparazón, quien se limita a su propia órbita, a su tela de araña, se incapacita para el amor. La felicidad está en el amor, y el amor es el darse para recibir también algo del ser amado, aunque sin buscarlo directamente.

El soberbio no espera recibir nada y se da en la medida en que este darse le sea útil, le satisfaga, le compense y, por supuesto, no le suponga especial esfuerzo. Por eso el soberbio es profundamente egoísta y entiende poco de amor, aunque quizá entienda mucho de "amores".

Como consecuencia de cuanto venimos diciendo, el soberbio se hace susceptible, con una susceptibilidad enfermiza. Siempre está esperando la última alabanza que le dé conciencia de su valía y, lo que es más importante, que dé conciencia a los demás de su propia valía. Siente un profundo dolor ante el fracaso, o ante su pésima o menos afortunada actuación, por el qué dirán; no admite opinión contraria a la suya, estimando que lo que él piensa es lo bueno y lo que los demás opinan no lo debe ser tanto; siente especial debilidad por llevar a la práctica en cada momento la última idea luminosa surgida de su cerebro y le molestan los cambios de impresiones -el diálogo- con otras personas consideradas competentes en el tema de que se trate.

Un hombre así, caerá fácilmente en el comportamiento febril e histérico, que le impedirá tener paz en el alma. Un hombre así -en el cénit de la soberbia- es muy posible que no tenga más solución que rectificar, humillándose, si quiere ser un poco feliz en esta vida y, por supuesto, en la otra.

La Historia, en cuanto que es maestra de la vida, es bien expresiva al respecto. Será suficiente un somero repaso de los acontecimientos y de las personas, para darnos cuenta cabal de hasta qué punto los grandes errores -los grandes pecados- de la humanidad, desde Adán y Eva -"seréis como Dios"- hasta nuestros días, han tenido su raíz en el tremendo vicio capital de la soberbia.

La soberbia es, pues, egoísmo, egocentrismo, amor propio por encima de otro amor. Y, al ser esto, va contra el primero y principal de los Mandamientos. De ahí la gravedad de la soberbia. El soberbio se pone en el lugar que tan sólo a Dios corresponde.

Y, sin embargo, como dice Frankl, "El hombre no ha de pedir algo a la vida, sino preguntarse qué da él a la vida, porque sólo cuando un hombre reconoce su propia tarea -más allá de su sola autorrealización o de la satisfacción de sus instintos- por medio de un servicio o de un amor a algo o a alguien, encuentra un ideal por el que vale la pena vivir.

No hay que confundir la humildad con la dejación de derechos, que muchas veces son deberes; o con la falta de fortaleza para exigir, con la falta de aplomo; o con la pusilanimidad o la cobardía, en una palabra.

La humildad debe llevar a comprender, a disculpar, a perdonar siempre, por la sencilla razón de que un fallo en el prójimo hoy puede ser un fallo mío mañana; porque nadie es tan perfecto -y el que manda no tiene necesariamente que serlo más que el que obedece- que pueda no equivocarse o tropezar alguna vez.

Allí donde hay un soberbio todo está influido por él: familia, empresa, amistades... Lo cual es lógico, porque al soberbio hay que darle un tratamiento especial, dirigirse a él de una manera distinta -con especial tacto y habilidad- para evitar que la más mínima cosa pueda herir su aguda susceptibilidad. Y, como es lógico, esto resulta extremadamente difícil, porque no hay tema en el que el soberbio no se vea en la necesidad de intervenir, aportando su granito de arena, su hojita de perejil y sobre todo su pimienta picante y amarga: unas veces, porque el tema lo domina; otras, porque lo conoce bastante y sabe cosas de buena tinta; otras, porque si alguien está opinando en forma distinta a la suya, no cejará hasta colocar en no muy buen lugar, con su fina ironía, al interlocutor disconforme; y casi siempre poniendo punto final a una conversación que empezó con natural espontaneidad, pero que ha ido derivando por su influjo -no pocas veces inconsciente- hasta hacerse insostenible.

Uno de ellos es la vanidad, con sus múltiples manifestaciones. En cuanto que la vanidad es un deseo desordenado de ser considerado -o de ser tenido- en más de lo que en realidad se es, no cabe duda de que es una hija pequeña de la soberbia. Es darse importancia con o sin fundamento, es presumir, es buscar alabanzas, atenciones, miramientos rodeados de especial consideración, es afán de sobresalir a costa de lo que sea.

Puede decirse que el personalismo es realmente una denominación más de la soberbia. Es la sociedad engañosa que adopta ropajes de suficiencia.

Los psicólogos han observado cómo el comportamiento del soberbio adulto coincide con el del niño autoritario y despótico como un pequeño dictador tiránico.

Sinceridad y Fortaleza
José Antonio Galera

LA LEY DEL AZAR III

LA LEY DEL AZAR III: LA LEY DE BALTASAR GRACIÁN FRENTE A LA LEY DE MURPHY

Le eché la culpa a Dios y a Jesús de todo lo malo que dejara me aconteciera y me precipitara en el abismo, de atrofiar su doctrina mi juicio crítico y mi buen gusto, de no combatir la maldad del mundo y hasta de amar sin criterios humanos hasta que dí con el oráculo manual de Baltasar Gracián. Ahora sabido este librito no puedo caer en los mismos errores y dar forma a mi personalidad aunque no sea de verdadero hombre cristiano y perdido para el mundo.

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MANEJAR LOS ASUNTOS CON EXPECTACIÓN: Los aciertos adquieren valor por la admiración que provoca la novedad. No descubrirse inmediatamente produce curiosidad. El misterio en todo./ NO APASIONARSE: No hay mayor señorío que el de sí mismo, de las propias pasiones. Es el triunfo de la voluntad./ FORTUNA Y FAMA: Lo que tiene de inconstante la una, tiene de firme la otra. La primera sirve para vivir, la segunda para después; aquella actúa contra la envidia, ésta contra el olvido. La fortuna se desea, y a veces uno mismo se ayuda a conseguirla; la fama solo se obtiene por esfuerzo propio./ OBRAR CON INTENCIÓN, CON PRIMERA Y CON SEGUNDA INTENCIÓN: La vida del hombre es milicia contra la malicia del hombre./ EL FONDO Y LA FORMA: Los malos modos todo lo corrompen. Los buenos todo lo remedian: doran el no, endulzan la verdad y hermosean la misma vejez. En las cosas tiene gran parte el cómo. Lo más estimado en la vida es un comportamiento cortés. Hablar y portarse de buen modo resuelve cualquier situación difícil./ VARIAR DE ESTILO AL ACTUAR: El jugador nunca mueve la pieza que el contrario espera, y menos aún la que desea./ APLICACIÓN Y CAPACIDAD: La reputación se compra con trabajo: poco vale lo que poco cuesta. Incluso para las más altas ocupaciones se deseó en algunos la aplicación./ EL ARTE DE LA SUERTE: Pero, si bien se piensa, no hay otro camino sino el de la virtud y la prudencia, porque no hay más buena ni mala suerte que la prudencia o la imprudencia./ SER HOMBRE DE AGRADABLE Y JUGOSA CONVERSACIÓN: Más les valió a algunos la sabiduría que se comunica en el trato social que todos los conocimientos académicos./ NO TENER UN DEFECTO: El buen sentido de los demás sufre porque a veces un sublime conjunto de buenas cualidades tiene un mínimo defecto: basta una nube para eclipsar a todo un sol./ NO SER VULGAR EN NADA: El vulgo admira la necedad y rechaza el consejo excelente./ TENER ENTEREZA: Hay que estar siempre de parte de la razón. Ella no tiene reparos en oponerse a la amistad, al poder e incluso a la propia conveniencia. El hombre constante juzga como traición el disimulo y valora más la tenacidad que la sagacidad; está al lado de la verdad, y si se aparta de los demás no es por inconstancia suya, sino porque ellos dejaron la verdad primero./ NO DEDICARSE A OCUPACIONES DESACREDITADAS: Las sectas del capricho son muchas y el hombre cuerdo debe huir de todas ellas. Mucho menos en aquellas ocupaciones que hacen ridículos a los que las practican./ CONOCER A LOS AFORTUNADOS, PARA ESCOGERLOS, Y A LOS DESDICHADOS, PARA RECHAZARLOS (Nota de Jorge: esto no es cristiano): La mala suerte es culpa de la estupidez. El mejor truco en el juego es saber descartarse. En la duda lo mejor es acercarse a los sabios y prudentes, pues tarde o temprano dan con la buena suerte./ TENER FAMA DE COMPLACIENTE: Ésta es la ventaja de mandar: poder hacer más bien que todos los demás. Son amigos los que hacen amistosos favores./ SABER APARTARSE: Es una gran lección de la vida el saber negar, pero lo es mayor el negarse uno mismo, tanto en los negocios como en el trato personal. Peor es ocuparse de lo inútil que no hacer nada. Para ser prudente no basta no ser entrometido: Hay que procurar que no te entrometan. No se puede ser tan de los otros que uno no sea de sí mismo. Incluso de los amigos no se debe abusar, ni querer más de ellos de lo que den. Se debe mantener la libertad en la apasionada inclinación por lo selecto y no pecar nunca contra el propio buen gusto./ TANTEAR SU SUERTE: Es un gran arte saber gobernar la suerte, esperándola (pues también cabe la espera en ella) u obteniéndola (pues tiene turno favorable y oportuno). Quien la encontró favorable, prosiga con atrevimiento, pues suele apasionarse por los audaces y, como mujer deslumbrante que es, por los jóvenes. Quien la domina debe seguir adelante./ CONOCER CUÁNDO LAS COSAS ESTÁN EN SU PUNTO, EN SU SAZÓN, Y SABERLAS DISFRUTAR: Gozar de cada cosa en su plenitud es propio de un gusto excelente./ DON DE GENTES: Algo tiene de buena estrella, y más de diligencia. Para la benevolencia se necesita la beneficencia: hacer el bien con las dos manos, tener buenas palabras y mejores obras, amar para ser amado. La cortesía es el mayor embrujo político de los grandes personajes./ NUNCA PERDERSE EL RESPETO A SÍ MISMO: Es mejor que ni siquiera se familiarice consigo mismo a solas./ SABER ELEGIR: Se necesita buen gusto y un juicio rectísimo, pues no son suficientes el estudio y la inteligencia./ NUNCA PERDER LA COMPOSTURA: Las pasiones son los humores del ánimo; cualquier exceso en ellas perjudica a la prudencia. Uno debe ser tan gran dueño de sí que ni en la mayor prosperidad ni en la mayor adversidad nadie pueda criticarle por haber perdido la compostura. Así será admirado como superior./ SER DILIGENTE E INTELIGENTE: La diligencia hace con rapidez lo que la inteligencia ha pensado con calma./ TENER VALOR Y PRUDENCIA: con el valor no hay bromas. Si se cede en lo primero, también habrá que ceder en lo segundo, y así hasta el final. El valor del ánimo es superior al del cuerpo./ SABER ESPERAR: Hay que caminar por los espacios abiertos del tiempo hasta el centro de la ocasión oportuna./ AHORRARSE DISGUSTOS: No hay que dar malas noticias, y menos aún recibirlas, deben tener prohibida la entrada, a no ser la del remedio. Tampoco se debe conservar la regla de, por querer agradar a otro una vez, por allegado que sea, causarse a sí mismo un disgusto para toda la vida. Nunca se debe pecar contra la propia felicidad por complacer al que aconseja y permanece ajeno. Más vale que el otro se disguste ahora que no tú después y sin remedio./ CUIDADO PARA QUE SALGAN BIEN LAS COSAS: El que vence no necesita dar explicaciones. Sino los buenos o malos resultados. Por eso nunca se pierde reputación cuando se consigue lo deseado. Todo lo dora un buen final, aunque lo contradigan los medios desacertados. La regla es ir contra las reglas cuando no se puede conseguir de otro modo un resultado feliz./ ELEGIR UN MODELO ELEVADO, MÁS PARA SUPERARLO QUE PARA IMITARLO: Propóngase como modelo, cada uno en su ocupación, a los de más mérito, no tanto para seguirlos como para adelantarlos./ SABER VALERSE DE LOS ENEMIGOS: Al hombre sabio le son más útiles sus enemigos que al necio sus amigos. A muchos sus enemigos les fabricaron su grandeza. El prudente hace espejo de la ojeriza ajena./ NO SERVIR DE COMODÍN: El único remedio de todo lo extremado es guardar equilibrio en el lucimiento: la perfección debe ser máxima, pero la ostentación moderada. Cuanto más luce una antorcha, más se consume y menos dura. Una exhibición limitada se premia con una mayor estima./ CULTURA Y REFINAMIENTO: No solo debe ser refinada la inteligencia, sino también la voluntad y más aún la conversación. Y a veces sus buenas cualidades las deslucieron con una intolerable y bárbara falta de refinamiento./ TRATAR SIEMPRE CON GENTES DE PRINCIPIOS: Su misma honradez es la mayor seguridad de su trato. No hay buenas relaciones con la ruindad porque carece de virtud. Debe rechazarse al hombre sin honra: quien no la estima no estima la virtud. La honra es el trono de la rectitud./ NUNCA HABLAR DE SÍ: O se debe alabar (es vanidad) o se debe criticar (es limitación). Es falta de cordura en quien habla y castigo para los que oyen./ GANAR FAMA DE CORTÉS: La cortesía es la parte principal de la educación, es un tipo de hechizo. Gana la aceptación de todos. Si ésta nace de la soberbia es aborrecible, y si de la grosería es despreciable. La galantería y la honra tienen esta ventaja: las dos se quedan, la galantería en quien la usa y la honra en quien la hace./ NO CONVERTIR EN OCUPACIÓN LO QUE NO LO ES: Es hacer las cosas al revés tomar a pechos lo que se debe echar a la espalda. No es la peor regla del vivir el dejar estar las cosas./ SEÑORÍO AL HABLAR Y AL ACTUAR: Con él uno se hace sitio en todas partes y gana respeto de antemano. Influye en todo: en conversar, en hablar en público, hasta en caminar y mirar, en la voluntad. Sí está en la digna autoridad de un carácter superior y en sus méritos./ HOMBRE SIN AFECTACIÓN: La afectación es enfadosa para los demás y penosa para el que la sustenta, pues vive mártir del cuidado y se atormenta con el desvelo. Y todo lo natural fue siempre más grato que lo artificial. Es dos veces eminente el que guarda todas sus perfecciones en sí mismo y no en la estima./ ENCUBRIR LA NECEDAD: Debe ser una excepción de la amistad el no contar los defectos y, si se pudiese, ni siquiera a uno mismo. Puede valer aquí otra regla de vivir: saber olvidar./ CARISMA EN TODO: El carisma lo es de las mismas perfecciones: se alaba hasta en el pensamiento. Es sobre todo un don natural. Un despejo. Un no sé qué. Supera al valor, a la discreción, a la prudencia y a la misma majestad. Es un práctico atajo para solucionar los negocios y una delicada salida de todo aprieto./ GRANDEZA DE ÁNIMO: Realza el gusto, engrandece el corazón, eleva el pensamiento, ennoblece la condición y confiere dignidad./ EL ARTE DE DEJAR ESTAR LAS COSAS: Especialmente cuanto más revuelto esté el mar popular o el de los allegados. Lo más cuerdo es retirarse al seguro puerto de dejar estar las cosas. Allí hay que dejar hacer a la naturaleza y aquí a la moral. Pues a veces el arte consiste en no aplicar remedios. El modo de sosegar los groseros torbellinos debe ser dejarlos de la mano y esperar la calma. Sino dejando la fuente manar. No hay mejor remedio para los desconciertos que dejarlos correr, pues caen por su propio peso./ NO DESCUBRIR EL DEDO MALO: Pues recibirá todos los golpes. No hay que quejarse de él, porque la malicia siempre hiere donde más duele, en la parte más débil. Por eso no se debe descubrir ni lo que más mortifica ni lo que más vivifica; lo primero para que termine y lo segundo para que dure./ POSEER EL ARTE DE CONVERSAR: Si la prudencia es necesaria para escribir una carta, que es una conversación pensada de antemano y por escrito, mucho más en la conversación ordinaria donde uno se examina de discreción de modo precipitado./ SABER DESVIAR A OTRO LOS MALES: Tener en quien recaiga la crítica por los desaciertos y el popular castigo de la murmuración no obedece a incapacidad, sino a depurada destreza. No todo puede salir bien ni se puede contentar a todos. Debe haber un testaferro, blanco de los errores por su propia ambición ilegítima./ SABER VENDER SUS COSAS: Reservar algo sólo para entendidos. La exclusión avivará el deseo. Todos acuden a lo excepcional por ser más apetecible para el gusto y la inteligencia./ PENSAR POR ADELANTADO: La mayor fortuna se hace con horas de previsión. Para los prevenidos no hay malas contingencias ni para los preparados hay aprietos. El razonamiento no debe retrasarse hasta la ocasión crítica sino que debe anticiparse. Toda la vida debe consistir en pensar para acertar el rumbo. La prevención y el pensamiento cuidadoso son un buen recurso para vivir adelantado./ NO ACOMPAÑARSE NUNCA DE ALGUIEN QUE LE PUEDA DESLUCIR, PORQUE SEA SUPERIOR O INFERIOR: Si le llegara algo de la estima, serán solo las sobras. Nunca se debe acercar uno a quien le eclipse, sino a quien le haga destacar. Tampoco hay que correr peligros por malas compañías, ni honrar a otros a costa de su reputación./ NI CREER NI QUERER FÁCILMENTE: Un autor dice que también es un tipo de imprudencia querer con facilidad./ ARTE AL APASIONARSE: Darse cuenta de que uno se apasiona. Pues lo más difícil de correr está en detenerse. Es una gran prueba para el buen juicio conservarse cuerdo en los accesos de cólera que pueden llevar a la locura. Para saber enmendar una pasión es necesario ir siempre con la rienda en la mano./ ELEGIR A LOS AMIGOS: Algunos son entrometidos y la mayoría casuales. Hay amistades legítimas y otras adulterinas; éstas sirven para disfrutar y aquéllas para tener muchos aciertos. Es más útil el buen entendimiento de un amigo que muchas buenas voluntades de otros. Por eso es mejor que haya elección y no suerte. Un sabio sabe evitar problemas, pero el amigo necio los atrae./ NO ENGAÑARSE SOBRE LA CONDICIÓN DE LAS PERSONAS: Hay diferencia entre entender las cosas y conocer a las personas. Tan necesario como haber estudiado los libros es conocer la condición de las personas./ SABER VALERSE DE LOS AMIGOS: No sólo hay que procurar obtener placer de los amigos, sino utilidad. Unidad, bondad y verdad, pues el amigo es todas las cosas. La amistad multiplica los bienes y reparte los males. Ella es el único remedio contra la suerte adversa y es un desahogo del alma./ SABER SUFRIR A LOS NECIOS: El que no tenga ánimo para sufrir es mejor que se retire a sí mismo, si es que a sí mismo se puede tolerar./ HABLAR CON PRUDENCIA: Con los competidores por cautela. Hay que hablar como en los testamentos cuantas menos palabras, menos pleitos. El secreto parece algo divino. El que habla con facilidad está cerca de ser vencido y convencido./ SABER VENCER LA ENVIDIA Y LA MALEVOLENCIA: No hay venganza más insigne que los méritos y cualidades que vencen y atormentan a la envidia. Cada éxito es aumentar el tormento del envidioso. Para el competidor es un infierno la gloria del otro./ DIVULGAR ALGUNAS COSAS: Para valorar la aceptación, para ver cómo se reciben. Así se tantean las voluntades y el prudente sabe qué terreno pisa./ TENER JUEGO LIMPIO: Cada uno debe actuar como quien es y no como le obligan. Se debe pelear no sólo para vencer con el poder, sino también con la decencia./ SABER DISTINGUIR AL HOMBRE DE PALABRAS DEL HOMBRE DE HECHOS: Los presuntuosos se satisfacen con viento. Las palabras deben ir acompañadas de hechos y así tener valor./ NO CONVERTIRSE EN UN MONSTRUO DE ESTUPIDEZ: Todos son monstruos de la impertinencia./ ES MÁS IMPORTANTE NO ERRAR NI UNA VEZ QUE ACERTAR CIEN VECES: La censura popular no tendrá en cuenta las veces que se acierte, sino las que se falle. Los malos son más conocidos, por murmuraciones, que los buenos, por aplausos. Convénzase todo el mundo de que todos los fallos le serán imputados por la malevolencia, pero ningún acierto./ TENER RESERVAS EN TODAS LAS CIRCUNSTANCIAS: Se asegura así lo importante. No se debe emplear toda la capacidad ni se debe usar toda la fuerza cada vez./ NO MALGASTAR LOS APOYOS: Más importante que mantener las posesiones es saber conservar y retener a las personas./ EVITAR FAMILIARIDADES EN EL TRATO: No es conveniente allanarse con nadie: con los superiores por el peligro, con los inferiores por la indecencia; con la gente vulgar menos aún pues es atrevida y necia y piensa que es una obligación lo que en realidad es un favor. La facilidad excesiva es un tipo de vulgaridad./ CREER AL CORAZÓN: Es un oráculo personal. No es prudente salir a buscar males, pero sí lo es salirles al encuentro para vencerlos./ LA RESERVA ES LA MARCA DE LA INTELIGENCIA: Un pecho sin secreto es una carta abierta. La reserva procede de un gran autocontrol. Vencerse en esto es triunfar de verdad. La verdadera prudencia está en la templanza interior. Los riesgos de la reserva son la prueba ajena, llevar la contraria para sonsacar, hacer insinuaciones para hacer saltar al más recatado prudente./ SIN MENTIR, NO DECIR TODAS LAS VERDADES: No se pueden decir todas las verdades: unas porque me afectan a mí y otras a los demás./ UN POCO DE AUDACIA CON TODOS ES UNA IMPORTANTE PRUDENCIA: Hay que moderar la idea que se tiene de los demás para no elevarlos tanto que se les tema. Cada uno tiene su pero, unos en la inteligencia y otros en el carácter. La dignidad proporciona una autoridad aparente que casi nunca va acompañada de autoridad personal. Si a la simplicidad le valió la confianza en sí misma, ¡mucho más a la valía y al saber!/ NO SER TESTARUDO: Eso no es defender la verdad sino la grosería. Cuando el capricho y la obstinación se juntan, se casan indisolublemente con la necedad. El tesón debe estar en la voluntad y no en la opinión./ HACER UNO MISMO TODO LO QUE AGRADA A LOS DEMÁS; POR TERCEROS LO QUE LES DISGUSTA: Así se ganan apoyos y se evita la malevolencia. El bien debe influir directamente y el mal de forma indirecta./ VALERSE DE LA PRIVACIÓN AJENA: Si se convierte en deseo es el incentivo más eficaz. Los filósofos no tuvieron en nada a la privación, pero para los políticos fue el todo. Algunos convierten el deseo de otros en un peldaño para alcanzar sus fines. Se valen del mal momento y excitan el deseo con la dificultad de alcanzarlo. Esperan más de la pasión impulsiva que de la pacífica posesión. Cuanto más aumenta la resistencia más se encona el deseo. Es una gran habilidad conservar la dependencia de los demás para conseguir lo que uno quiere./ UN HOMBRE PACÍFICO TIENE LARGA VIDA: Hay que oír, ver y callar. Un día sin discusión es una noche de sueño. Lo tiene todo quien no se preocupa de lo que no le importa./ NO RELACIONARSE NUNCA CON NECIOS: Quien no los reconoce lo es, especialmente si, una vez conocidos, no los rechaza. Para un trato superficial son peligrosos y para las confidencias dañinos. Siempre cometen la necedad o la dicen, aunque su recelo y el cuidado de los demás los contengan un tiempo; si tardan es para que la necedad sea mayor. Quien no tiene reputación no puede mejorar la ajena. La necedad lleva aparejada la suma infelicidad. Ambas con contagiosas./ GANAR LA ESTIMA CON PRUDENCIA: Inteligencia con méritos. El verdadero camino de la estima consiste en partes iguales de méritos y saberse presentar./ TONTOS SON TODOS LOS QUE LO PARECEN Y LA MITAD DE LOS QUE NO LO PARECEN: La necedad se ha apoderado del mundo. Sabe quien piensa que no sabe, no ve quien no ve que los otros ven./ HAY QUE COMENZAR LO FÁCIL COMO SI FUERA DIFÍCIL Y LO DIFÍCIL COMO SI FUERA FÁCIL: Para no confiarse ni desanimarse./ SABER UTILIZAR EL DESPRECIO: El secreto para obtener las cosas es despreciarlas. Todas las cosas son sólo una sombra de las celestiales. Su propiedad tiene también algo de sombra: huye del que la sigue y persigue a quien la rehuye. El desprecio es también la más hábil venganza. No hay venganza como el olvido: así quedan sepultados en el polvo de su nada. Para acabar con la murmuración hay que ignorarla: refutarla perjudica y ofenderse desacredita. Frente a la envidia, satisfacción./ SABER QUE HAY GENTE VULGAR EN TODAS PARTES: Cada uno lo experimenta hasta dentro de su casa. Lo peor es que la gente vulgar está también en las clases superiores. Dice tonterías y critica con impertinencia. Es fiel discípulo de la ignorancia, madrina de la necedad y aliada de la mentira. No hay que preocuparse por lo que dice y mucho menos por lo que piensa. Es importante conocerla para librarse de su trato y su influencia. Cualquier necedad es una vulgaridad y la gente vulgar se compone de necios./ TENER AUTOCONTROL: Se mueve con cuidado quien presiente el peligro./ NO PADECER LA ENFERMEDAD DEL NECIO: Es necio el que padece por sentir demasiado./ LIBRARSE DE LAS NECEDADES COMUNES: Algunos vencen la propia necedad pero no saben escapar de la común. Prueba de ello es no estar contento con su suerte, aunque sea la mejor. Reírse de todo es tan necio como disgustarse por todo./ SABER USAR LA VERDAD: La verdad es peligrosa pero el hombre de bien no puede dejar de decirla. Para eso necesita arte. Con el buen entendedor no hace falta ser muy explícito: en cuanto entienda, no más palabras. Las curas amargas no son para los príncipes: hay que dorarles la verdad con arte./ EN EL CIELO TODO ES CONTENTO, EN EL INFIERNO TODO ES PESAR: Y en el mundo, como está en medio, las dos cosas. Ante las variaciones lo prudente es la indiferencia. Nuestra vida se complica como una comedia con desenlace final: atención a que termine bien./ SABER LLEVAR LA CONTRARIA: Es una hábil estratagema para provocar: no para porfiar sino para sonsacar. Con mucha sutileza se ponen a prueba la voluntad y el juicio de los demás./ NO SER TENIDO POR ASTUTO: Aunque ya no se puede vivir sin astucia. Mejor prudente que astuto. a todos les gusta recibir un trato sincero, pero no a todos les gusta darlo. La sinceridad no se debe extremar hasta la simpleza, ni la sagacidad hasta la astucia. Mejor venerado por sabio que temido por cauteloso. Los sinceros son amados, pero también engañados. Ser tenido por hombre que sabe lo que hay que hacer trae confianza y honor./ NO SINGULARIZARSE DEMASIADO: Algunos, por presunción o por descuido, se singularizan con extravagancia adoptando modales ridículos. Singularizarse destruye la reputación, con una indeseable particularidad: que provoca, en unos y otros, risa y enfado./ SABER CÓMO TOMAR LAS COSAS: No a contrapelo, aunque así vengan. Todas tienen haz y envés. Si se coge por el filo la mejor de ellas lastima. La peor nos defenderá si, por el contrario, se toma por el mango. Por eso algunos en todo encuentran alegría y otros pesar./ CONOCER SU PEOR DEFECTO: Para ser dueño de uno mismo hay que estar sobre sí./ GANARSE LA VOLUNTAD AJENA: De lo que tenemos, la mayor y mejor parte depende de las relaciones con otros. A veces cuesta muy poco ganarse la voluntad ajena y es muy valioso: se compran obras con palabras. En la gran casa del mundo ninguno de los enseres es tan despreciable que no haya que usarlo una vez al año. Aunque valga poco, hará mucha falta./ NO DEJARSE LLEVAR DE LA PRIMERA IMPRESIÓN: Algunos se casan con la primera información: las demás son concubinas. La mentira siempre se adelanta con lo que la verdad no tiene sitio después. Ni la voluntad ni la inteligencia se deben llenar con la primera impresión: indica poco fondo. La capacidad de algunos es como una vasija nueva: se impregna del primer olor, tanto del licor malo como del bueno. Debe existir la posibilidad de una segunda y una tercera información. Dejarse impresionar demuestra incapacidad y está cerca de la pasión./ NO SER MURMURADOR. Lo malo nunca debe alegrar, ni siquiera comentarse./ NO FALLARLE AL GUSTO AJENO: Se pierde el agradecimiento y el premio cuando no se sabe agradar. Si no se conoce el temperamento de los demás difícilmente se le podrá satisfacer./ SABER PEDIR. Los días alegres son los de hacer favores: la alegría interior rebosa hacia afuera. Con la tristeza no hay ninguna oportunidad. Hacer favores el primero es una garantía de reciprocidad, a no ser que se trate con un ruin./ CONVERTIR LOS PREMIOS EN DEUDAS DE GRATITUD: Esto sólo afecta a los hombres honrados. Con los viles, adelantar los honorarios es más un freno que un acicate./ NO COMPARTIR SECRETOS CON EL SUPERIOR: Compartir un secreto no es un favor del príncipe, sino una carga. Muchos rompen el espejo porque les recuerda su fealdad, no pueden ver a quien vio su intimidad. No es bien visto quien vio algo desfavorable. Quien cuenta a otro sus secretos se hace su esclavo. Los secretos: ni oírlos ni decirlos./ NO SER RESABIDO: Está bien ser inteligente pero no hablar por hablar. Discurrir caprichosamente es como reñir. Mucho mejor es un juicio sustancial que solo discurre sobre lo que más importa./ SABER APARENTAR IGNORANCIA: Hay ocasiones tales que lo más sabio es demostrar no saber. No se debe ignorar, pero sí fingir que se ignora. Importa poco ser sabio con los necios o cuerdo con los locos./ SOPORTAR LAS BROMAS, PERO NO GASTARLAS: Quien con bromas se ofende demuestra ser muy animal. Soportarlas es señal de tener capacidad. El que se pica da pie al repique./ NO SER SOLO PALOMA: Uno no puede ser tan bueno que, a su costa, permita a otro ser malo. Hay que ser un milagroso cruce, y no un monstruo, de paloma y serpiente./ EN OCASIONES RAZONAR DE FORMA INUSUAL: Es la prueba de una capacidad superior. No hay que estimar a quien nunca nos contradice, pues no lo hace por afecto sino por beneficio propio./ NO DAR NUNCA SATISFACCIÓN A QUIEN NO LA PEDÍA: El prudente no debe darse por enterado de las sospechas ajenas para no ir en busca del agravio. El desmentido debe estar en su recta conducta./ ¿CUÁNDO HAY QUE RAZONAR AL REVÉS? Cuando nos hablan maliciosamente. Con algunos todo debe ir al revés: el sí es no y el no es sí./ HAY QUE USAR LOS MEDIOS HUMANOS COMO SI LOS DIVINOS NO EXISTIERAN, Y LOS DIVINOS COMO SI NO EXISTIERAN HUMANOS.Regla de san Ignacio de Loyola (jesuitas)./ NI DEL TODO PARA SÍ NI DEL TODO PARA LOS DEMÁS: Los que son así no saben ceder en lo más mínimo, ni perder nada de comodidad. No se ganan a los demás, confían en su suerte y tienen un falso apoyo. Estos no tienen ni un día ni una hora suyas: pertenecen por entero a los demás. Tienen sabiduría para todos e ignorancia para sí mismos. El prudente debe entender que nadie le busca a él, sino aprovecharse de él o de otro a través de él./ SABER HACER EL BIEN: Un poco cada vez y con frecuencia. No hay que crear deudas impagables: quien mucho da, no da sino que vende. No se debe poner en un aprieto al agradecido: si es imposible no podrá corresponder. Para perder a muchos sólo hay que endeudarlos demasiado: al no poder pagar abandonan el agradecimiento y se convierten en enemigos. El ídolo no querría ver delante a quien lo esculpió, ni quien está en deuda a su bienhechor. Hay que dar con maña: que cueste poco y se desee mucho. Así se estimará más./ NO LLEGAR NUNCA A LA RUPTURA: Mejor tibio en los favores que con violencia. Aquí viene bien aquello de una bella retirada./ IR SIEMPRE PREVENIDO: Contra los descorteses, los porfiados, los presumidos y todo tipo de necios. Es difícil moverse por el trato humano porque está lleno de trampas de descrédito. Lo más seguro es cambiar de rumbo con la astucia de Ulises. Es muy útil la evasiva táctica. La generosidad es, por encima de todo, la única salida de los aprietos./ NO SERÁ DE NADIE POR COMPLETO NI TENDRÁ A NADIE DEL TODO: Es decir, que uno se da por entero y se oculta del todo según el interlocutor./ SABER OLVIDAR: La memoria se detiene en lo que apena y se descuida en lo que gusta. Hay, pues, que acostumbrar bien a la memoria porque ella sola proporciona la felicidad o el infierno. De esto se excluyen los satisfechos de sí mismos: son felices en su simplicidad./ NO POSEER EN PROPIEDAD MUCHAS DE LAS COSAS QUE GUSTAN: El dueño sólo goza el primer día, los extraños los demás. Las cosas ajenas se disfrutan doblemente. Poseer las cosas, además de disminuir el disfrute, aumenta el enfado por prestarlas o por no hacerlo (?)./ NO DESCUIDARSE NUNCA: La inteligencia, la cordura y el valor siempre deben estar a punto, incluso la belleza, porque si se confía se hundirá./ SABER ENFRENTAR A LOS SUBORDINADOS A SITUACIONES DIFÍCILES: Un aprieto oportuno convirtió a muchos en verdaderas personas, igual que estar a punto de ahogarse crea nadadores. Así muchos descubrieron la valía y la sabiduría incluso./ NO SER MALO POR DEMASIADO BUENO: Alternar lo agrio y lo dulce es una prueba de buen gusto. Alternar lo agrio y lo dulce es una prueba de buen gusto: los niños y los necios sólo quieren dulzura. Es una gran desgracia perderse por demasiado bueno en la insensibilidad./ PALABRAS DE SEDA, CON SUAVIDAD DE CARÁCTER: La mayoría de las cosas se paga con palabras. Ellas solas pueden realizar imposibles. Los negocios se hacen con aire y son aire. El aliento del superior alienta mucho. Siempre hay que tener azúcar en la boca para endulzar las palabras, pues saben bien hasta a los enemigos. El único medio para ser amable es ser apacible./ EL PRUDENTE HACE A TIEMPO LO QUE EL NECIO A DESTIEMPO: Los necios hacen obligados lo que podrían hacer con gusto. Sin embargo, el discreto en seguida se da cuenta de lo que hay que hacer más tarde o más temprano, y lo hace con gusto y ganando reputación./ SACAR PARTIDO DE LA NOVEDAD: Se estimará a uno mientras sea nuevo.Recuérdese que la gloria de la novedad durará poco: a los cuatro días le perderán el respeto./ COMPRENDER LOS TEMPERAMENTOS DE LA GENTE CON QUIEN SE TRATA: (Nota de Jorge: la gente no puede dar más de sí que el físico que tiene, característica adivinatoria de los cincuenta años)/ TENER ATRACTIVO: Los méritos sin atractivo no bastan. Es una suerte caer en gracia, pero hay que ayudarse con arte: con el talento innato se aviene mejor el arte./ CORRIENTE, PERO NO INDECENTE: La cortesía nos pide no parecer siempre serios o enfadados. Se pierde más en un día de fiesta que lo que se ganó con seriedad. Ni hay que ser melindroso como una mujer. Incluso los melindres religiosos son ridículos. Lo mejor de un hombre es parecerlo. La mujer puede fingirse hombre a la perfección, pero no al revés./ ACOMPAÑAR DE ESFUERZO EL NATURAL CAMBIO DE CARÁCTER: Cada siete años dicen que se cambia la constitución: que sea para mejorar y para refinar el gusto. También debería adquirirse cada siete años una nueva perfección. Hay que conocer estos cambios y ayudarlos y esperar que los otros mejoren./ SABER LUCIRSE: La unión de la capacidad de lucirse y de un talento superior es prodigiosa. Lucirse satisface mucho, remedia mucho, da a todo una segunda naturaleza. El lucimiento sale mal sin ocasión oportuna./ NO LLAMAR NUNCA LA ATENCIÓN: Si las virtudes lo hacen, incluso ellas se verán como defectos./ NO RESPONDER A QUIEN NOS CONTRADICE: Hay que distinguir si es por astucia o por torpeza. No siempre es obstinación, sino a veces artimaña./ UTILIZAR LA AUSENCIA PARA GANAR RESPETO O ESTIMA: Si la presencia disminuye la fama, la ausencia la aumenta: quien, ausente, fue considerado un león, cuando estuvo presente fue el ridículo parto de los montes. Hasta el ave fénix se vale de la ausencia para ganar respeto y aprecio./ NO SER ENTROMETIDO: No venir nunca, sino ser llamado. No ir nunca, sino ser enviado./ NO PERECER POR LA DESGRACIA AJENA: Con los que se están ahogando se necesita mucho tiento para ayudarles sin peligro./ NO CONTRAER NI DESMEDIDAS DEUDAS DE GRATITUD, NI CON CUALQUIERA: Sobre todo no hay que considerar que nos hacen un favor cuando aceptamos una obligación., como suelen pretender astutamente los demás./ ADAPTARSE A LA OCASIÓN: Algunos son tan paradójicamente impertinentes que pretenden que todas las circunstancias del éxito se ajusten a su manía particular, y no al revés. Pero el sabio conoce bien dónde está el prudente norte: en adaptarse a la ocasión./ EL FRACASO ESTÁ EN UNIR APRECIO Y AFECTO: No hay que ser muy querido para poder conservar el respeto. Lo mejor es no ser ni muy temido, ni muy querido. Con el amor llega la familiaridad y se despide la estima. Hay que ser amado apreciativamente más que afectivamente, pues así se aman las verdaderas personas./ SABER PROBAR A LOS DEMÁS: Se necesita una observación juiciosa y una prudente reserva. Es más importante conocer los temperamentos y las características de las personas que los de las hierbas y las piedras. Los metales se conocen por el sonido y las personas por lo que dicen. Las palabras demuestran la rectitud, pero los hechos mucho más aún. Se necesitan, en grado sumo, reflexión, observación y capacidad crítica./ LAS CUALIDADES PERSONALES DEBEN SUPERAR LAS OBLIGACIONES DEL CARGO Y NO AL REVÉS: Por elevado que sea el puesto, hay que demostrar que la persona es superior. En los diferentes cargos una capacidad ampliamente dotada crece y se luce más. Augusto se tenía por un gran hombre antes que por príncipe. En esto es útil el ánimo elevado y la prudente confianza en uno mismo./ LA MADUREZ: El oro vale más según su peso y la persona según el peso moral. La compostura de la persona es la fachada del alma. Una autoridad muy sosegada y no una necedad casi inmutable de los frívolos. Su habla es sentenciosa y su comportamiento acertado. Revela una persona muy hecha: se tiene tanto de persona como de madurez. Uno comienza a ser grave y maduro cuando deja de portarse como un niño./ MODERACIÓN AL JUZGAR: La mayoría de la gente antepone el afecto al recto juicio./ NO PRESUMIR, SINO HACER: Se fingen muy ocupados los que no tienen en qué. Las hormiguitas del honor van mendigando hechos. El sabio no debe hacer ostentación ni de sus más importantes cualidades: hay que contentarse con hacer y dejar para otros el hablar. Mejor es aspirar a ser un héroe que aspirar únicamente a parecerlo./ PERSONA DE GRANDES Y MAJESTUOSAS CUALIDADES: Las grandes cualidades hacen a los hombres grandes. Hubo quien gustaba de que todas sus cosas fuesen grandes, hasta los objetos usuales. ¡Cuánto más debe procurar el gran hombre que sus cualidades también lo sean! En Dios todo es infinito e inmenso. De igual modo en un gran hombre todo debe ser grande y majestuoso: sus acciones y pensamientos irán revestidos de una trascendente y grandiosa majestad./ DEJAR CON HAMBRE A LOS DEMÁS: Hay que dejar con la miel en los labios. Lo bueno, si poco, es dos veces bueno. Las grandes dosis de agrado son peligrosas, porque conducen al desprecio de lo mejor. La única regla para agradar: coger el apetito con hambre. Se disfruta el doble de la felicidad difícil de conseguir./ EN UNA PALABRA, VIRTUOSO, PUES LO RESUME TODO: La virtud es tan hermosa que consigue la gracia de Dios y de la gente. Hay que medir la capacidad y la grandeza por la virtud y no por la suerte. La virtud se basta a sí misma. Ella hace al hombre digno de ser amado, cuando vive, y memorable, una vez muerto.


EL ARTE DE LA PRUDENCIA
Baltasar Gracián

EL DÍA ACIAGO

CONOCER EL DÍA ACIAGO

Conocer el día aciago, que los hay.
Nada saldrá bien, y por más que se cambie el juego no lo hará la mala suerte.
En poco tiempo convendrá conocerla y retirarse, dándose cuenta de si uno está de suerte o no.
Hasta en la inteligencia hay ocasiones propicias, pues nadie supo a todas horas.
Es una suerte acertar cuando se piensa, lo mismo que escribir bien una carta.
Todas las perfecciones dependen de su momento; no siempre la belleza está en su punto.
La discreción se disimula a sí misma cuando no llega o se sobrepasa.
Todo, para salir bien, debe estar en su momento.
Igual que a unos todo les sale mal, a otros todo bien y con menos esfuerzo: todo lo halla uno hecho, la inteligencia está en su momento, el carácter en su punto y todo con buena estrella.
Entonces hay que aprovechar y no desperdiciar la menor partícula.
Pero que el hombre juicioso no juzgue, al ver un estorbo, algo definitivamente malo ni bueno en caso contrario, pues todo pudo deberse a la suerte o a su falta.


Oráculo manual
EL ARTE DE LA PRUDENCIA
Baltasar Gracián

JESÚS ES ESQUIZOFRENIA

JESÚS ES ESQUIZOFRENIA

Llevaba apuntada en mi cuaderno de notas: "JESÚS HIZO DESDE NIÑO UNA OBRA DE ARTE DE LA ESQUIZOFRENIA EN ISRAEL".
(Nota de Jorge: ¿Jesucristo fue el esquizofrénico que dijo que era el Mesías o lo fue en realidad?¿Puede un esquizofrénico hacer todo esto o es un fingimiento con hipnotismo y cosas por el estilo de la tradición hebrea?)

"Juan envió a dos de sus discípulos a preguntar al Señor: ¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro? Los hombres se presentaron a Jesús y le dijeron: Juan, el Bautista, nos ha mandado a preguntarte: ¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro? Y en aquella ocasión Jesús curó a muchos de enfermedades, achaques y malos espíritus, y a muchos ciegos les otorgó la vista. Después contestó a los enviados: Id a anunciar a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Y dichoso el que no se escandalice de mí".
(Lucas 7,19-23)

DE LA IRA

DE LA CÓLERA DE SÉNECA

Ésta es todo arrebato y a impulsos del despecho; en absoluto humana, furiosa en su ansia de guerras, sangre, tormentos; con tal de dañar al otro, descuidada de sí, precipitándose sobre sus propios dardos, y ávida de una venganza que ha de arrastrar con ella al vengador.

La ira como una locura transitoria; en efecto, es igualmente sin dominio sobre ella, del decoro olvidadiza, de los vínculos desmemoriada, en lo que ha emprendido terne y empeñada, a la razón y los consejos cerrada, convulsionada por motivos vacuos, para el discernimiento de lo justo y de lo verdadero incapaz, del todo semejante a las ruinas que sobre aquello que han sepultado, se quiebran.

Para que sepas, por lo demás, que no están cuerdos a quienes la ira ha poseído, repara en su aspecto mismo; pues como de los locos seguros indicios son un temerario y amenazador rostro, un sombrío semblante, una torva faz, un precipitado andar, nunca quietas las manos, el color demudado, frecuentes y exhalados con demasiada vehemencia los suspiros, así de los encolerizados son idénticos los síntomas: relampaguean, centellean sus ojos, intenso arrebato en todo su rostro al borbotarles de sus más recónditas entrañas la sangre, sus labios temblequean, los dientes se encajan, se horripilan y erizan los cabellos, una respiración forzada y jadeante.

¿Qué diferencia hay, entonces? Que las otras pasiones asoman, ésta desborda.

Contempla los cimientos, apenas reconocibles, de nobilísimas ciudades: las asoló la cólera.

Nos encolerizamos, afirma, por regla general no contra aquellos que nos han agraviado, sino contra los que nos van a agraviar, para que sepas que la ira no nace de la ofensa.

Mas hay que decir que las fieras carecen de ira y todos los seres, excepto el hombre.

Irritarse dice al enfurecerse, al abalanzarse.

A nadie sino al hombre le ha sido concedida la prudencia, la previsión, la diligencia, la reflexión y no tan solo de las virtudes humanas han quedado excluídos los animales sino también de sus vicios.

¿Qué hay más manso que él, cuando se mantiene dentro del equilibrio de su alma?¿En cambio, qué hay más cruel que la ira?

En efecto, una existencia humana consiste en las buenas acciones y en la concordia y no con el terror sino mediante un recíproco afecto se ahorma en un acuerdo y ayuda compartidos.

No es, por consiguiente, la naturaleza del hombre deseosa del castigo; por lo tanto, tampoco la ira es conforme a la naturaleza del hombre, ya que es deseosa de castigo...Si el individuo bondadoso no se goza con el castigo, no se gozará tampoco con esta pasión, para la que el castigo sirve de placer: en una palabra, no es connatural la ira.

Así pues, algunos reputan lo mejor domeñar la ira, no suprimirla y cercenado aquello en lo que desborda, constreñirla dentro de un límite beneficioso, pero preservar aquello sin lo cual languidecería la acción y la fuerza y el temple del espíritu se disiparían. En primer lugar, es más fácil excluir lo perjudicial que dominarlo y no admitir que moderar lo admitido; pues una vez que se han instalado en su posesión, son más fuertes que su moderador y no consienten en ser recortadas o menguadas. En segundo lugar, la razón misma, a la que se confían los frenos, es poderosa en la misma medida en que está alejada de las pasiones; si se ha entremezclado con ellas y se ha infestado, no puede contener a las que habría podido eliminar.

Lo mejor es desdeñar inmediatamente el primer aguijonazo de la cólera y luchar contra sus mismos gérmenes y poner el empeño en no caer nosotros en la ira. Pues si ha empezado a extraviarnos, difícil es el regreso al equilibrio, dado que nada de razón queda donde ya la pasión se ha infundido y algún derecho le ha sido otorgado por nuestra voluntad; hará del resto cuanto se le antoje, no cuanto le consienta.

¡Cuánto más humanitario es ofrecer un talante afectuoso y paternal ante los que delinquen y no perseguirlos sino atraerlos! Al que vaga a través de los campos por desconocimiento del camino, mejor es traerlo al itinerario buscado que alejarlo.

¡Cuán grande cosa es rehuir el mayor de los males, la cólera y con ella la rabia, la saña, la crueldad, el furor, los otros comportamientos de esta pasión!

Las aficiones más arduas incluso tienen que ser dejadas por los coléricos o, al menos, practicadas sin llegar al cansancio y su ánimo no debe desenvolverse en medio de demasiadas cosas, sino entregarse a artes gratificantes: que a aquél lo calme la lectura de unos poemas y la historia con sus relatos lo entretenga: trátesele con más suavidad y tacto; Pitágoras calmaba los sobresaltos de su alma con la lira; por lo demás, ¿quién ignora que los clarines y las trompetas son excitantes igual que otros sones son bálsamos con los que la mente se sosiega? A los ojos enfermos beneficia lo verde y ante ciertos tonos una vista debilitada descansa, por el brillo de otros queda deslumbrada: de esta forma a los espíritus enfermizos calman los estudios apacibles. El foro, las citaciones, los juicios debemos rehuirlos y todo lo que encona la pasión, igualmente prevenir la fatiga corporal.

Pues como las llagas empiezan a doler al menor roce, luego también ante la sospecha de roce, de la misma forma un espíritu afectado se molesta por minucias, hasta tal punto que a algunos un saludo, una carta, un discurso, una pregunta, los mueven a pleito: jamás sin queja los tullidos son rozados.

Así pues, lo más excelente es medicarse a la primera sensación del mal, conceder entonces incluso a las expresiones el mínimo de libertad y cohibir el impulso. Fácil es, por lo demás, atajar sus arrebatos en el mismo instante de originarse: los síntomas de las enfermedades se anticipan, como los barruntos de una tempestad o de una lluvia llegan antes que ellas, así de la cólera, del amor y de todas esas borrascas que vejan los espíritus, existen ciertos atisbos.

Beneficia el reconocer la propia enfermedad y ahogar sus achaques antes de que se explayen. Veamos qué es lo que sobremanera nos excita... No todos quedan heridos por idéntico avatar; así pues, conviene saber cuál es tu punto débil, para que lo guarnezcas al máximo.

La más cierta virtud es aquella que larga y detenidamente se examina y conduce y avanza lentamente y con un propósito.

Que nada te esté permitido, mientras estás encolerizado. ¿Por qué? Porque anhelas que todo te esté consentido.

Lucha contra ti mismo, si deseas doblegar la cólera, ella no podrá contigo. Empiezas a ganar, si ella es arrinconada si no se le concede asomo.

Presume en tus adentros que has de padecer mucho tú: ¿quién, por ventura, se sorprende de pasar frío durante el invierno?, ¿quién, por ventura, de marearse en el mar, en la calle de ser molestado?... "Ciertamente no me irrito, pero dudo, empero, si convendría irritarme"... Algunas cosas, si no son engañadas, no son curadas.

A otro dirás: "mira que tu iracundia no sea gozo de tus enemigos", a otro, "mira que la grandeza de tu alma y la fortaleza acreditada ante los demás se esfume".

Mas castigar al airado y dejarse llevar de la propia ira es incitarlo: lo abordarás de manera varia y suave.

Paz demos al corazón, la que otorgará un asiduo cumplimiento de las recomendaciones salutíferas y las buenas obras y una mente volcada en el anhelo de lo único honroso. A la conciencia dése satisfacción, nada con vistas a la reputación afanemos: siga, incluso, la calamidad, con tal de merecer bien. Pero la turba lo fogoso admira y los osados andan en honores, los serenos son tenidos por indolentes. Tal vez a primera vista, pero una vez que el equilibrio de su vida da fe de que no hay indolencia en su corazón sino paz, el pueblo los respeta y venera por igual.

Podremos, empero, esforcémonos tan sólo. Ninguna cosa aprovechará más que la reflexión sobre nuestra finitud. Cada uno diga a sí propio y al otro: ¿de qué vale si como engendrados para la eternidad, mover iras y perder una tan breve existencia?, ¿y de qué vale los días que es posible pasar en un solaz bueno, dedicarlos al sufrimiento y tortura del otro? No admiten estas cosas pérdidas ni el tiempo sobra para malgastarlo. ¿Por qué nos lanzamos a la pelea?, ¿por qué nos excitamos contiendas?

¿Por qué no mejor, amable mientras vives para con todos, añorado cuando hayas muerto, te haces?



De ira, Séneca  Año 42-43