viernes, 8 de noviembre de 2019

JARMILA

JARMILA: ERNST WEISS

Cuando hace un año, en otoño, quise viajar de París a Praga, me di cuenta en el coche, cerca de la estación, de que me había olvidado el reloj en casa, debajo de la almohada. Detuve el automóvil y busqué una relojería con la intención de comprarme un reloj barato de níquel. Por allí solo había una tienda grande de precio único. En ella se exponían relojes muy vistosos que no costaban más de treinta y cinco francos. Compré uno de aquellos aparatos y durante el viaje, considerablemente largo, observé su marcha. Al principio el chisme, en un lapso de once horas, atrasó un cuarto de hora, pero luego galopó hasta adelantar media hora en las trece horas siguientes. Sin embargo, tan pronto como llegué a Praga, al comparar el mío con el gran reloj de la estación, vi que, a pesar de todo, marcaba casi la hora exacta. Me fui a un hotel. Tenía tiempo. Bajé a dar un paseo, por los muelles del Moldava. Los puentes que cruzan el río tranquilo, de color pizarra, surcado tan solo por unos pocos barcos pequeños de pescadores pintados de un marrón cenagoso, son de una belleza indescriptible, tanto los viejos como los nuevos.

Habría podido tirar mi reloj desde el puente y estuve tentado de hacerlo. Pero no solo lo conservé, sino que, haciéndome entender con gestos, lo confié al dueño de una pequeña relojería en la orilla izquierda del río. Me lo arregló en pocas horas por treinta y nueve coronas... Bueno, arreglado de tal manera que a partir de entonces, completamente a su antojo, aquella máquina andaba a trompicones hacia delante y se obstinaba maliciosamente en atrasar, igual que una criatura testaruda que, durante un paseo, se deja arrastrar por sus pacientes padres, pero de vez en cuando les tira de la mano hasta soltarse para correr detrás de otros niños o de un perro o para precipitarse hacia el escaparate de una juguetería. Y así como me encantan, me fascinan y me pueden tomar el pelo los niños de cualquier edad y los perros de cualquier raza, así también me divertía el reloj, esa maravilla de la técnica moderna, producto de una eficiente industria de la producción en serie.

Lo cierto es que debí guiarme por él. Naturalmente me defraudó y por su culpa llegué tarde a una importante entrevista que había concertado telefónicamente desde París con un corresponsal en un café de la plaza Wenceslao. Me proponía comprarle a este agente treinta toneladas de manzanas de Bohemia de calidad mediana, y contaba ya con la comisión para pagar una deuda urgente en París.

Ya muy avanzada la tarde estaba sentado ante la tercera taza de café en la terraza de la cafetería que ocupaba el primer piso de un suntuoso edificio. El sol relucía aún con bastante fuerza sobre el monumento de San Wenceslao, frente al museo, donde el santo héroe está rodeado por una serie de magníficos caballos armados y otros tantos caballeros de bronce. Ahora los rayos oblicuos del atardecer se proyectaban sobre las ancas tersas de uno de los caballos del monumento erguido en su inmóvil magnificencia y con los ojos dirigidos hacia la plaza que, repleta de gente, ascendía en suave inclinación.

Al borde de la calle atestada de gente, de tranvías y automóviles (la plaza de San Wenceslao) no es en realidad sino una ancha y magnífica avenida que no tiene igual en Europa), se apretujaban los vendedores callejeros con la mercancía extendida delante de ellos, sobre el adoquinado o amontonada sobre pequeños tablones en las entradas de las casas. Había vendedores ambulantes con magníficas manzanas de todas las clases (no de calidad mediana), pero también había quien ofrecía espejos sin marco, delgados peines de hojalata, quesos de montaña eslovacos, rojos por fuera y de color miel por dentro, corbatas bien cosidas y a bajo precio, naranjas, plátanos, labores de encaje, bordados multicolores al estilo campesino y toda suerte de mercancías baratas. Como es lógico, eran los niños quienes más se detenían y querían convencer a sus padres para que les compraran algo y desde mi terraza vi incluso a niños muy bien vestidos, con guantes blancos, tirar de la mano de sus madres o institutrices.

En el portal de una casa, justo frente a mí, vi a un vendedor callejero todavía joven, de rostro hermosamente tallado, aunque algo ceñudo. Tenía ante sí, en el suelo, una tabla de madera pulida sobre la que se movían, entremezclándose, un montón de pajarillos artificiales que correteaban y picoteaban impulsados por un mecanismo interno, con los movimientos bruscos característicos de las gallinas. Eran sin duda de madera, pero ese material desaparecía bajo el plumaje artificial, un fino plumón encolado, blanco, amarillo chillón y negro. La mayor parte del tiempo el vendedor andaba perdido en sus pensamientos, y cuando algún niño se le acercaba, dejaba, benévolo, que examinara el juguete, porque los niños quieren saber con exactitud lo que ocurre en el interior de sus juguetes. Y él les sonreía incluso cuando se alejaban con gesto tímido sin haber comprado.

De vez en cuando enderezaba uno de los pajarillos que se había caído sin apartar nunca su mirada de la calle. Probablemente tenía miedo de que algún policía lo detuviera por venta ilegal. A veces ponía la mano debajo del pecho de uno de los pajaritos y hacía girar algún pequeño resorte oculto. El animal se movía de nuevo, daba vueltas correteando con sus movimientos angulosos y picoteando el suelo con su pico amarillo encolado, como si estuviese buscando algo. El sol se estaba poniendo. Hacía rato que el resplandor se había trasladado de la opulenta grupa del caballo de San Wenceslao al cuello curvado como el de un cisne. No tenía sentido continuar esperando a mi corresponsal. Mi reloj nuevo marcaba una hora disparatada.

Cuando volví a mirar la calle, la mayoría de los pajarillos ya habían sido vendidos. Solo cinco o seis seguían con su juego. Pero ahora, de pronto, el hombre los recogió, los envolvió en un paño donde continuaron con sus sacudidas, se puso la tabla de madera bajo el brazo y echó a andar. Pero yo no vi a ningún policía que lo obligase a huir, y los demás vendedores ilegales continuaron trabajando con toda tranquilidad.

¿De quién había huido el vendedor de pájaros?¿No sería de ese hombre gordo, de espalda abombada, ya canoso, con su abrigo de color de rata y su digno sombrero de bombín negro en la cabeza, que se aproximaba caminando entre un hermoso chiquillo de unos diez años y una mujer de cabello leonado que miraba ante sí con expresión algo huraña, tocada con un sombrero de antes de la guerra? Estos tres personajes caminaban plaza Venceslao arriba sin hablarse y, por lo que a mí me pareció, sin tener una idea precisa del efecto ahuyentador que producían. Desaparecieron en el parque, detrás del museo.

Se encendieron los faroles: una visión mágica sobre la plaza que ascendía en suave pendiente. Estaba cansado y me marché. Mi reloj dejaba oír su tictac. Era lo único que sabía hacer. ¡Y yo que había confiado en él! (...).

Me senté en un rincón vacío y pedí cerveza y jamón de Praga. Quería partir al día siguiente... ¿Y marcharme de Praga sin haber conocido el jamón? No. Pero no conseguí hacerme entender por la camarera. El vendedor de juguetes, que durante todo el tiempo me había seguido con sus ojos desiguales, de un gris acerado, acudió en mi ayuda. Habló conmigo en un alemán no demasiado puro, pero fluido. Había jamón, crudo, ahumado, caliente o frío, con rábanos picantes, cocido en vino, cortado en trozos pequeños y asado al horno con pasta fina en un molde, metido como relleno en una tortilla, frito con huevos en la sartén, con guarnición de macarrones, o con pepinillos..., ¿qué sé yo? Pedí algo sin tener verdadera hambre y con gusto habría invitado al vendedor de juguetes a una cerveza. La había de tres clases. En primer lugar la clara, trigueña, luego la de color tostado, y finalmente una cerveza pesada y compacta, casi negra. Recordé que, en mi niñez, a las amas de cría se les daba de beber esta negra poción para que tuvieran más leche. ¿Era dulce o tenía el sabor amargo de la Stout inglesa?¿A quién habría podido preguntárselo?

Salimos a la plaza, casi desierta a esa hora tan avanzada de la noche. Llovía, pero muy ligeramente. Los enormes caballos de acero que rodeaban la estatua de San Wenceslao brillaban de un modo espléndido bajo la lluvia y a la luz de una lámpara de arco se reflejaba el bruñido cuello de uno de los corceles y la grupa del otro, lo mismo que por la tarde, una tarde que ahora me parecía ya desvanecida en la lejanía... Pasaban automóviles. Iba a llamar a uno, pero desistí ante la mirada centelleante, ávida, sedienta y sin embargo suplicante del vendedor. La taberna se cerró detrás de nosotros. Fuimos bajando por la plaza.

EL ZARATUSTRA

EL ZARATUSTRA DE FRIEDRICH NIETZSCHE

LA MUERTE DE DIOS

¡Que se mueran de una vez! En otros tiempos ofender a Dios era el mayor delito, pero Dios ha muerto y con él han muerto también esos delincuentes. ¡Ahora lo más terrible es cometer un delito contra la tierra y valorar más las entrañas de lo inescrutable que el sentido de ésta! En otros tiempos el alma despreciaba el cuerpo, y se tenía en gran estima ese desprecio. El alma prefería el cuerpo flaco, feo y famélico. De esta forma pensaba escabullirse del cuerpo y de la tierra. Pero esa alma era a su vez flaca, fea y famélica, y su mayor placer era obrar con crueldad. Ahora, hermanos, respondedme: ¿Qué os dice vuestra alma de vuestro cuerpo?¿Acaso no es vuestra alma miseria, suciedad y un bienestar lamentable? En realidad, el hombre es un río sucio. Hay que ser un mar para poder recibir un río sucio sin ensuciarse al mismo tiempo. Yo os muestro al superhombre: él es ese mar, en él puede desembocar vuestro gran desprecio.



EL HOMBRE

Y es que, para el que tiene conocimiento, el hombre no es más que un animal de mejillas sonrosadas. ¿Por qué es así?¿No será que ha tenido que avergonzarse muchas veces? El que tiene conocimiento, amigos, dice: “La historia del hombre es vergüenza, vergüenza, vergüenza”. Por esta razón la persona noble suele imponerse la norma de no avergonzar a nadie y de avergonzarse ante todos los que sufren. En verdad os digo que no aguanto a los compasivos, que se alegran en su compasión; les falta vergüenza. Si tengo que ser compasivo, no quiero, sin embargo, que me tengan por tal; y, cuando lo soy, prefiero serlo a distancia. Me gustaría taparme la cara y salir de allí corriendo antes de que me reconozcan. Así me gustaría que obraseis vosotros, amigos. ¡Ojalá el destino ponga siempre en mi camino hombres como vosotros, que no sufran, con los que pueda compartir mi esperanza, mi comida y mi miel. Es verdad que he hecho cosas a favor de gente que sufría, pero siempre me parecía que obraba mejor cuando aprendía a alegrarme. Desde que existe el hombre, ¡qué poco se ha alegrado! Ese es, hermanos, nuestro pecado original; pues, si aprendemos a estar alegres, nos olvidaremos con más facilidad de hacer daño a los demás y de imaginar nuevas formas para perjudicar a los otros. Por eso yo me lavo la mano que ha ayudado al que sufría y me limpio incluso el alma. Es que me dio vergüenza ver cómo se avergonzaba el hombre que sufría, y cómo ultrajaba yo su orgullo al intentar ayudarlo. Los grandes favores no suscitan gratitud, sino deseo de venganza y, si no somos capaces de olvidarnos del pequeño favor que nos han hecho, este termina convirtiéndose en un gusano que nos roe. “¡Sed reacios a aceptar favores!¡Honrad a quien os hace un favor aceptando su ayuda! Siempre aconsejo esto a quien no tiene nada que dar. Yo soy de los que dan; me gusta regalar a mis amigos, como amigo. Respecto a los que no conozco y a los pobres, prefiero que cojan ellos mismos los frutos de mi árbol, pues de esta forma sentirán menos vergüenza. En cuanto a los mendigos, lo mejor sería suprimirlos, pues molesta tanto darles como no hacerlo. Lo mismo se puede decir de los pecadores y de los que tienen mala conciencia.



EL SUPERHOMBRE

Zaratustra miró a la gente y se quedó sorprendido. Luego siguió hablando:
- El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre, una cuerda tendida sobre un abismo. Es peligroso cruzar de un lado a otro, es peligroso temblar y es peligroso pararse. La grandeza del hombre está en ser un puente y no una meta; lo que hay en él digno de ser amado es que es un tránsito y no un ocaso. Yo amo a los que no saben vivir de otro modo que hundiéndose en su ocaso, pues ellos son los que cruzan al otro lado. O amo a los que desprecian mucho, pues ellos son los que veneran mucho; ellos son las flechas del deseo lanzadas a la otra orilla. Yo amo a los que no buscan detrás de las estrellas una razón para hundirse en su ocaso y sacrificarse, sino que se sacrifican en aras de la tierra para que surja de ella el superhombre. Yo amo a aquel que vive para conocer, y quiere conocer para que alguna vez aparezca el superhombre; y, de esta forma, quiere su propio ocaso. Yo amo al que trabaja y crea para construirle la casa al superhombre, al que prepara para él la tierra, el animal y la planta; pues, de esta forma, quiere su propio ocaso. Yo amo a la flecha del deseo. Yo amo a quien no se queda ni con una gota de espíritu, sino que quiere ser íntegramente el espíritu de su virtud; y, de esta forma, cruza el puente bajo la forma de espíritu. Yo amo a quien convierte su virtud en su inclinación y en su destino fatal; y, de esta forma, quiere seguir y no seguir viviendo por amor a su virtud. Yo amo a quien no pretende tener muchas virtudes, pues una virtud es más virtud que dos, ya que es nudo más fuerte al que queda sujeto el destino fatal. Yo amo a aquel cuya alma se entrega completamente, y no pretende que se lo agradezcan ni que le devuelvan nada, pues se entrega siempre y no quiere conservarse a sí mismo. Yo amo a quien, cuando le favorece la suerte en el juego de los dados, se pregunta avergonzado: “¿Estaré haciendo trampas?”, pues este quiere perecer. Yo amo a quien, antes de hacer algo, lanza palabras de oro y cumple más de lo que promete; pues ese quiere su ocaso. Yo amo a quien justifica a las generaciones futuras y redime a las del pasado; pues ese quiere perecer por la generación del presente. Yo amo a quien castiga a su dios, porque lo ama; pues la cólera de su dios terminará haciéndole perecer. Yo amo a quien tiene un alma profunda hasta cuando le hieren, y que puede perecer ante cualquier exigencia insignificante; pues ese cruza el puente de buen grado (DESTRUCTIVO). Yo amo a quien tiene un tan llena que se olvida de sí, y lo tiende todo dentro de él; pues, de esta forma, transforma todas las cosas en su ocaso. Yo amo a quien tiene un espíritu y un corazón libres; pues su mente no es más que las entrañas de su corazón, y su corazón le empuja al ocaso. Yo amo a todos los que son como gotas pesadas que van cayendo una a una del nubarrón suspendido encima de los hombres; pues estos anuncian el rayo que viene y perecen por anunciarlo. Yo anuncio el rayo y soy como una pesada gota que cae del nubarrón. ¡Ese rayo se llama superhombre!




EL ÚLTIMO HOMBRE

Y Zaratustra se dirigió a la multitud:
- Ha llegado la hora de que el hombre fije su propia meta. Ha llegado la hora de que el hombre plante la semilla de su más alta esperanza. Su tierra es aún bastante fértil para ello. Pero un día esa tierra será pobre y floja, y ya no podrá brotar en ella ningún árbol elevado. ¡Ay, llegará un día en que el hombre ya no lanzará más allá de sí mismo la flecha de su anhelo; un día en que ya no sabrá vibrar la cuerda de su arco! Yo os digo que hay que seguir teniendo un caos dentro de uno para poder dar a luz una estrella rutilante. Y yo os digo que vosotros tenéis todavía un caos en vuestro interior. Pero, ¡ay!, llegará un día en que el hombre ya no podrá dar a luz ninguna estrella. Llegará, ¡ay!, el día del hombre más despreciable: el hombre que ya no es capaz de despreciarse a sí mismo, ¡Mirad! Yo os muestro el último hombre. “¿Qué es amor?¿Qué es creación?¿Qué es anhelo?¿Qué es estrella? –se pregunta, guiñando el ojo, el último hombre. En ese momento la tierra se ha empequeñecido, y sobre ella se mueve a saltos el último hombre, que todo lo empequeñece. Su especie es tan indestructible como la del pulgón; el último hombre es el que vive más tiempo. “Hemos encontrado la felicidad”, dicen los últimos hombres, guiñándose el ojo. Han abandonado las comarcas donde la vida era más dura, pues necesitan calor. Siguen amando al prójimo y se frotan entre sí, pues necesitan calor. Consideran que es un pecado enfermar y desconfiar. Andan con mucho cuidado. Solo un tonto puede seguir tropezando con las piedras y con la gente. Un poco de veneno de vez en cuando les produce sueños agradables, y una buena dosis de veneno al final, para que la muerte no sea un trance amargo. Siguen trabajando incluso por puro entretenimiento, pero procuran que el entretenimiento no sea muy cansado. No son ya ni pobres ni ricos, porque las dos cosas son demasiado molestas. ¿Quién va a querer aún gobernar?¿Y quién va a querer obedecer? Las dos cosas son demasiado molestas. Hay un solo rebaño sin ningún pastor. Todos quieren lo mismo, todos son iguales: quien disiente del sentir general se recluye voluntariamente en un manicomio. Los más perspicaces señalan, guiñándose el ojo: “En otros tiempos todos estaban locos”. Hoy la gente es inteligente y está al tanto de cuanto sucede; por eso no para de burlarse. Se sigue discutiendo, pero pronto se llega a la reconciliación; lo contrario, hace daño al estómago. La gente tiene su pequeño placer para cada día y su pequeño placer para cada noche: rinde culto a la salud. “Nosotros hemos encontrado la felicidad”, dicen los últimos hombres, guiñándose el ojo.

Al llegar a este punto, Zaratustra dio por terminado el primer discurso o preliminar, pues el griterío y el regocijo de la multitud lo interrumpió.
- ¡Danos ese último hombre, Zaratustra! –gritaban–; ¡conviértenos en ese último hombre!¡Te puedes quedar con el superhombre!







EL HOMBRE-RELOJ


A otros parece que les agarran desde abajo: sus demonios los arrastran, y cuanto más se hunden más brillan sus ojos y tanto más codician a su dios. También habrán llegado a vuestros oídos los gritos de los que exclaman: “Todo lo que no soy yo, ¡eso, eso es para mí Dios y la virtud!” Hay otros que llevan tanto peso que rechinan como carros que marchan cuesta abajo cargados de piedras: hablan mucho de dignidad y de virtud, pero llaman virtud a sus frenos. Otros son como relojes a los que se debe dar cuerda a diario; producen su tic-tac mecánicamente, y pretenden que se llame virtud a ese tic-tac. Estos me divierten: cuando me encuentre con uno de esos relojes, le daré cuerda con mis burlas, y se pondrá a ronronear. Otros están orgullosos de tener la justicia en el puño, y en su nombre cometen crímenes contra todo lo que les rodea, de tal manera que el mundo se ahoga en su injusticia. Me dan náuseas cuando les oigo hablar de virtud, y cuando dicen: “Yo soy justo”, pues suena: “¡Estoy vengado!” Con su virtud quieren sacar los ojos a sus enemigos; y se ensalzan solo para humillar a los demás. Hay otros que se sientan en su charca y se ponen a hablar desde el cañaveral: “La virtud consiste en que cada uno se siente en silencio en su charca. Nosotros no mordemos a nadie, huimos de los que muerden, y en todo tenemos la opinión que se nos dicta”. Los hay amantes de los gestos, que piensan que la virtud es una especie de gesto. Sus rodillas están siempre dispuestas a hincarse en el suelo y sus manos a juntarse para alabar la virtud, pero ¡qué lejos de todo eso está su corazón! Hay algunos que consideran que es una virtud decir: “¡Qué necesaria es la virtud!”, pero piensan que lo único necesario es la policía. Y no son pocos los que, desconociendo lo que hay de elevado en los hombres, llaman virtud a ver de cerca lo mezquinos que somos, y por eso consideran virtuosa su malvada mirada. Algunos llaman virtud a su deseo de ser ensalzados y glorificados; otros reservan este nombre para su deseo de verse abatidos. En resumen, de una manera u otra, casi todos creen que participan de la virtud; y cada uno cree que, por lo menos, sabe lo que es el bien y lo que es el mal.

DE LOS MANIPULADORES

DE LOS MANIPULADORES: GLORIA HUSSMANN Y GRACIELA CHIALE

I

Para Paca y Ramón.



Queremos marcar la diferencia entre una estructura de personalidad manipuladora y las manipulaciones realizadas ocasionalmente, de la misma manera que existe una gran diferencia entre un mentiroso patológico y una persona que miente ocasionalmente.



ALGUNAS CARACTERÍSTICAS GENERALES

1 El manipulador es un especialista en camuflajes. Se oculta bajo disfraces diferentes e intercambiables. En esto precisamente radica la dificultad para detectarlos.

2 Estos tipos de disfraces que describimos no son excluyentes, es decir, que el manipulador puede intercambiarlos según su necesidad.

3 Algunos manipuladores son fácilmente irritables, reaccionan desmesuradamente ante cualquier circunstancia que les moleste. Pueden llegar incluso a ser violentos.

4 Algunos se muestran amables o seductores socialmente y en la intimidad con su víctima se comportan de manera opuesta.

5 Son generalmente impredecibles. Nunca se sabe qué es lo que los enoja y cómo actuarán en consecuencia.

6 Se desentienden de sus propias responsabilidades, logran transferirlas a los demás y los cuestionan cuando los resultados no son los que ellos esperaban.

7 Son muy eficaces para lograr sus fines a costa de otras personas.

8 Inducen a los otros a hacer cosas que no harían a partir de sus propias convicciones.

9 Sus demandas son imperativas, incluso pueden recurrir a “forzar” razones lógicas para lograr sus propósitos.

10 Utilizan pseudoverdades universales aprovechando los principios morales de los demás para satisfacer sus necesidades (la caridad, la tolerancia, el perdón...).

11 Carecen de empatía aunque proclamen lo contrario.

12 Desprecian los sentimientos, demandas, deseos y puntos de vista de los demás.

13 Pueden llegar a la amenaza o el chantaje de forma abierta o encubierta.

14 No se expresan claramente y pretenden que los demás adivinen lo que ellos quieren o necesitan y responden generalmente de forma confusa y se enojan cuando se les solicita que aclaren o amplíen la información.

15 Comunican sus mensajes de manera indirecta, especialmente cuando deciden no enfrentar una situación que les resulta incómoda y utilizan a otras personas para que transmitan sus mensajes o lo hacen a través del teléfono o de una nota escrita.

16 Tienen gran versatilidad para cambiar de tema de acuerdo con sus necesidades. Utilizan ardides para focalizar la conversación en un punto que resulte más conveniente para ellos.

17 Piensan que los demás deben saberlo todo y responder inmediatamente a sus preguntas sin otorgar el tiempo necesario para que las otras personas piensen la respuesta.

18 A pesar de ser ellos muy cambiantes (opiniones, comportamientos, sentimientos...), no admiten que los otros lo sean e incluso les hacen creer que no deben cambiar nunca de opinión.

19 Las reglas están para que las cumplan los otros. Son muy permisivos consigo mismo y muy intolerantes con los demás.

20 Disimulan y jamás reconocen sus errores aunque sean evidentes y no admiten críticas de ningún tipo.

21 Se creen puros y los demás impuros y con pecados. No toleran los errores de los otros. Critican constantemente a todos y a todo. Hacen creer a los demás que deben ser perfectos y desvalorizan acusan y juzgan y condenan a las personas vulnerables de sus defectos o errores.

22 Lo distinto los asusta porque los desplaza de sus patrones de acoso y control.

23 Se creen superiores y poseedores de un don especial que los hace infalibles y sabios, suponen que los demás son ignorantes y ellos se hacen notar.

24 Son egocéntricos, consideran que el mundo gira a su alrededor y engrosan su círculo personal absorbiendo a los demás.

25 Culpabilizan a los demás y les echan la culpa aprovechando el vínculo familiar, la amistad, el amor, la ética profesional...

26 No escuchan con respeto al otro ni con el tiempo suficiente a no ser que tengan algo para ganar.

27 Suelen sembrar cizaña y dividir para levantar sospechas y desestabilizar a sus oponentes.

28 Hacen interpretaciones deformantes de la realidad.

29 Pueden ser muy celosos.

30 Pueden ser muy seductores.

31 Juegan con el tiempo de los demás y esperan al último momento para hacer un pedido o dar una orden.

32 Entrampan a sus víctimas produciéndoles una sensación de malestar y de asfixia por falta de libertad.

33 Si lo consideran necesario se victimizan (utilizando una imagen de soledad, de enfermedad o de pobreza exageradas) para que se los compadezca.

34 Tienen gran habilidad para descubrir a sus víctimas, a los inmaduros, así como a sus puntos débiles.

35 ¿Dos manipuladores juntos? Un manipulador sólo es anulado o superado por otro manipulador.



II

Mienten y matan como diablos.

EL ACOSO MORAL

EL ACOSO MORAL: MARIE-FRANCE HIRIGOYEN

ME RESULTÓ MUY CURIOSO COMPROBAR LA CANTIDAD DE PACIENTES QUE SE SENTÍAN DESTRUIDOS POR ALGUIEN. UNO DE SUS PRIMEROS PACIENTES, ACOSADO DE FORMA PERVERSA EN EL TRABAJO, TERMINÓ SUICIDÁNDOSE. INSOMNIO, MIGRAÑAS Y DOLORES DE ESTÓMAGO SON LOS PRIMEROS SÍNTOMAS DE LAS VÍCTIMAS DEL ACOSO MORAL. ALGUNOS COMIENZAN A BEBER Y A ABUSAR DE LOS TRANQUILIZANTES. LUEGO LLEGAN LAS DEPRESIONES PROFUNDAS.
RESULTA SORPRENDENTE QUE MUCHAS EMPRESAS NO LLEGUEN A COMPRENDER ALGO TAN ELEMENTAL Y SIGAN MANTENIENDO EN PUESTOS CLAVE A ESTA GENTE COMPLETAMENTE DESTRUCTORA.


I

La posibilidad de destruir a alguien sólo con palabras, miradas o insinuaciones es lo que se llama “violencia perversa” o “acoso moral”.
Estas insidiosas agresiones proceden de la voluntad de desembarazarse de alguien sin mancharse las manos. Porque avanzar enmascarado es lo propio del perverso. Ésta es la impostura que hay que desvelar para que la víctima pueda volver a encontrar sus puntos de referencia y sustraerse a la influencia de su agresor. Lo que es: un verdadero “asesinato psíquico”.



II



Cuando un individuo perverso entra en un grupo, tiende a reunir a su alrededor a sus miembros más dóciles con la idea de seducirlos. Si un individuo se niega a alistarse, el grupo lo rechaza y lo convierte en chivo expiatorio. De este modo, entre los miembros del grupo, se crea una relación social en torno a la crítica común de la persona aislada, y en torno a los cotilleos y los chismes. En este punto, el grupo ya se halla bajo la influencia del perverso e imita su cinismo y su falta de respeto.
El objetivo de un individuo perverso es acceder al poder o mantenerse en él -para lo cual utiliza cualquier medio-, o bien ocultar su propia incompetencia. Para ello, necesita desembarazarse de todo aquel que pueda significar un obstáculo para su ascensión, y de todo aquel que pueda ver con demasiada lucidez sus modos de obrar. No se contenta con atacar a alguien frágil, como ocurre en el caso del abuso de poder, sino que crea la misma fragilidad a fin de impedir que el otro pueda defenderse.
El miedo genera conductas de obediencia, cuando no de sumisión, en la persona atacada, pero también en los compañeros que dejan hacer y que no quieren fijarse en lo que ocurre a su alrededor. Es el reino del individualismo y del “allá se las componga cada cual”. Los compañeros temen que, al mostrarse solidarios, se los estigmatice.


III


La técnica es siempre idéntica: se utiliza la debilidad del otro y se lo conduce a dudar de sí mismo con el fin de anular sus defensas. Mediante un proceso insidioso de descalificación, la víctima pierde progresivamente su confianza en sí misma y, a veces, está tan confundida que le puede dar la razón a su agresor:”¡Soy una nulidad, no llego, no estoy a la altura!”. Por lo tanto, la destrucción se lleva a cabo de un modo extremadamente sutil, hasta que la víctima comete errores ella sola.
Algunos patrones tratan a sus empleados como si fuesen niños; otros los consideran como sus “cosas” y piensan que los pueden utilizar a su antojo. Todas las innovaciones e iniciativas que podría aportar el empleado quedan de este modo anuladas. Sin embargo, cuando el empleado es útil o indispensable, para lograr que no se marche, hay que paralizarlo e impedir que piense; no debe sentirse capaz de trabajar en otra parte. Es necesario hacerle creer que no merece más de lo que ya tiene en la empresa. Si se resiste, hay que aislarlo. No se le saluda, no se le mira, se ignoran sus sugerencias y se rechaza cualquier contacto con él. Luego vienen las observaciones hirientes y descorteses, y si con ello no basta, se da paso a la violencia.



IV



De los casos clínicos descritos, podemos concluir que la relación de acoso se desarrolla en dos fases: una, de seducción perversa; y otra, de violencia manifiesta. La primera fase se puede prolongar durante varios años.”Quitar el seso”. Se instaura gradualmente durante los primeros tiempos de la relación, a través de un proceso de seducción. En esta fase de preparación, se desestabiliza a la víctima, que pierde progresivamente confianza en sí misma. Primero, hay que seducirla y, luego, lograr que se deje influir para, finalmente, dominarla, con lo que se la priva de toda parcela de libertad posible. La seducción consiste en atraer irresistiblemente, pero también, en un sentido más jurídico, en corromper y sobornar. El seductor falsea la realidad y opera por sorpresa y secretamente. No ataca nunca frontalmente, sino de modo indirecto a fin de captar el deseo del otro, de ese otro que lo admira y que le devuelve una buena imagen de sí mismo. Es una seducción narcisista.


V


La conducta perversa no incluye únicamente una persecución del poder, sino también y sobre todo una utilización del otro como si fuese un objeto, o una marioneta, algo que al perverso le produce un gran placer.



VI



Le parece legítimo rebajar a quien haga falta con tal de adquirir una fuerte autoestima. No tiene ningún respeto por los demás. Resulta asombrosa su ilimitada animadversión, que suele provenir de motivos fútiles, y no tiene ninguna compasión de las personas que se encuentran acorraladas en situaciones insoportables. Quien inflige violencia a otro individuo considera que éste se la merece y que no tiene derecho a quejarse. Para el agresor, la víctima no es más que un objeto que molesta. Niega su identidad y su derecho a tener sentimientos o emociones.
La víctima, ante esta agresión que no comprende, se siente sola, ya que, en todas las situaciones perversas, los que las presencian se muestran cobardes e indulgentes. Temen convertirse, a su vez, en blanco de las agresiones, pero, en ocasiones, también gozan sádicamente con el espectáculo de la destrucción.
Por contra, un manipulador perverso no soporta la más mínima oposición a su poder y transformará cualquier relación conflictiva en odio, hasta el punto de querer destruir a su oponente.



VII



La comunicación se deforma con objeto de utilizar al otro. Para que siga sin comprender nada del proceso que se ha iniciado y para confundirlo todavía más, hay que manipularlo verbalmente. Arrojar confusión sobre las informaciones reales es esencial cuando hay que lograr que la víctima se vuelva impotente.
La violencia, aun cuando se oculte, se ahogue y no llegue a ser verbal, transpira a través de las insinuaciones, las reticencias y lo que se silencia. Por eso se puede convertir en un generador de angustia.
El perverso no practica la comunicación directa porque “con los objetos no se habla”.
Cuando a un perverso se le pregunta algo directamente, elude la comunicación. Como no habla, impone una imagen de grandeza o de sabiduría. Penetramos así en un mundo en el que la comunicación verbal es escasa.







VIII


El discurso paradójico se compone de un mensaje explícito y de un mensaje sobreentendido. El agresor niega la existencia del segundo. Ésta es una manera muy eficaz de desestabilizar al otro.
Una de las formas del mensaje paradójico se basa en sembrar la duda sobre algún hecho más o menos anodino de la vida cotidiana. La víctima termina desquiciada y ya no sabe quién está en lo cierto y quién no.
Queda un rastro de duda:”¿Ha querido decir lo que decía, o lo estoy interpretando todo al revés?”. Si la víctima intenta aclarar sus dudas, acaban calificándola de paranoica y acusándola de que todo lo entiende al revés.
Muy a menudo, la paradoja se debe a la distancia que separa lo que se dice del tono en que se dice. Esta distancia hace que los testigos confundan completamente el contenido del diálogo.
El discurso paradójico asume al otro en la perplejidad.
Los mensajes paradójicos no son fáciles de identificar. Su objetivo consiste en sumir al otro en la confusión para desestabilizarlo. De este modo, el agresor mantiene el control de la situación y enreda a su víctima con sentimientos contradictorios. La mantiene en falso y se asegura la posibilidad de hacerla caer en un error. La finalidad de todo ello, como hemos visto, es la de recuperar una posición dominante, y pasa por controlar los sentimientos y los comportamientos del otro, y por procurar incluso que éste termine por aprobarlo todo, al tiempo que se descalifica a sí mismo.



IX


La mentira también puede agarrarse a los detalles.
Dígase lo que se diga, los perversos siempre encuentran la manera de tener razón, y esto les resulta más fácil cuando ya han logrado desestabilizar a su víctima y ésta, contrariamente a su agresor, ya no disfruta con la polémica. El trastorno que se provoca en la víctima es una consecuencia de la confusión permanente entre la verdad y la mentira.
Como podremos comprobar en el próximo capítulo, la mentira de los perversos narcisistas sólo se vuelve directa durante la fase de destrucción.
A los perversos les importa muy poco qué cosas son verdad y cuáles son mentira: lo único verdadero es lo que dicen en el instante presente. A veces, sus falsificaciones de la verdad están muy cerca de las construcciones delirantes. El interlocutor no debería tener en cuenta ningún mensaje que no se formule explícitamente, por mucho que se trasluzca. Puesto que no hay un rastro objetivo, el mensaje no existe. La mentira del perverso responde simplemente a una necesidad de ignorar lo que va en contra de su interés narcisista.
Ésta es la razón de que los perversos envuelvan su historia con un gran halo de misterio; no hace falta que digan nada para producir una creencia en sus interlocutores: se trata de “ocultar para mostrar sin decir”.



X


También es característico el desplazamiento de la culpabilidad. Mediante un fenómeno de transferencia, el agresor consigue que la culpabilidad recaiga completamente en la víctima.
La descalificación consiste en privar a alguien de todas sus cualidades. Hay que decirle y repetirle que no vale nada hasta que se lo crea. Al principio, y ya lo hemos visto, esto se hace de un modo soterrado, en el registro de la comunicación no verbal: miradas despreciativas, suspiros exagerados, insinuaciones, alusiones desestabilizadoras o malévolas, observaciones desagradables, críticas indirectas que se ocultan detrás de una broma, y burlas.
En la medida en que estas agresiones son indirectas, es difícil considerarlas claramente como tales, con lo cual también resulta difícil defenderse. Por poco que estas palabras le sirvan de espejo a una identidad ya frágil, o a una falta de confianza ya existente, o que se dirijan a un niño, la víctima las incorpora y las acepta como verdaderas.”No eres más que un cero a la izquierda”.”Eres tan inepto (o feo) que nadie, aparte de mí, querrá saber nada de ti;¡sin mí, te quedarías completamente solo!”. El perverso arrastra consigo al otro y le impone su visión falsificada de la realidad.
Es más, la víctima termina por convertirse en un verdadero desastre.
La descalificación se extiende desde la víctima elegida hasta su círculo de relaciones, que incluye a su familia, sus amigos y sus conocidos:”¡Sólo conoce a idiotas!”
El perverso destina todas estas estrategias a hundir al otro y, con ello, se revaloriza a sí mismo.



XI


A diferencia de lo que ocurre en los conflictos normales, con un perverso narcisista no se produce un verdadero combate, por lo que tampoco resulta posible la reconciliación. No levanta nunca la voz y manifiesta únicamente una hostilidad fría. Si alguien se la señala, la niega. Una vez que su compañero se exaspera o grita, resulta fácil burlarse de su ira y ridiculizarlo.
Todo el mundo puede utilizar estas técnicas de desestabilización, pero el perverso las utiliza de una manera sistemática, sin compensaciones ni excusas posteriores.
La víctima se agota buscando soluciones, las cuales son de todas formas inadecuadas y, sea cual fuere su resistencia, es incapaz de evitar la emergencia de la angustia o de la depresión.
En otras situaciones, la víctima no tiene otra opción que la de sufrir.
A veces, la comunicación perversa está formulada por mensajes sutiles que no se perciben inmediatamente como agresivos o destructores porque otros mensajes que se emiten simultáneamente los ocultan. Las más de las veces, estos mensajes ocultos no se pueden descifrar hasta que su destinatario no se libra del dominio.”Hasta que no se las volvió a encontrar en la edad adulta, no se dio cuenta de la ambigüedad de las postales que su padrastro le enviaba cuando ella era todavía una adolescente. Eran mujeres desnudas en la playa. Detrás, su padrastro escribía: Pienso mucho en ti”
En ambos casos, se utiliza al otro como si fuera un objeto.



XII


El arte en el que el perverso narcisista destaca por excelencia es el de enfrentar a unas personas con otras, el de provocar rivalidades y celos. Esto lo puede conseguir mediante alusiones que siembran la duda:”¿No crees que los Fulano son así o asá”; o mediante la revelación de lo que una persona ha dicho de su interlocutor:”Tu hermano me ha dicho que consideraba que te habías portado mal”; o mediante mentiras que colocan a las personas en posiciones enfrentadas.
Para un perverso, el placer supremo consiste en conseguir la destrucción de un individuo por parte de otro y en presenciar ese combate del que ambos saldrán debilitados y que, por lo tanto, reforzará su omnipotencia personal.
En una empresa, esto se traduce en cotilleos, insinuaciones, privilegios que se otorgan a un empleado y no a otro, y preferencias que también varían de un empleado a otro. Se trata también de hacer correr rumores que, de una manera imperceptible, herirán a la víctima sin que ésta pueda identificar su origen.
En un monólogo de Otelo, Yago declara que le gusta hacer el mal por amor al mal. Más tarde, confiesa que tanto la virtud, la nobleza y la “belleza cotidiana” de un hombre honrado como Casio como la pureza de Desdémona le sorprenden y le incitan a destruir esa virtud y esa belleza. Hay en él una voluptuosidad de la bajeza, el deseo de urdir hábiles maquinaciones que su inteligencia hará triunfar

LOS RITOS DE PASO

LOS RITOS DE PASO

La corteza cerebral gusta de un tempo de notas musicales con ritmo y acentos al hablar. Si no hay música, si no hay baile sino hay entonación y belleza en el habla de la gente, si hay demasiado ruido en la ciudad y no se escucha la naturaleza, si no hay mar ni viento seguro que nos deprime.

Los ritos de paso de una semana son pasarse por el banco, por la lotería, poner lavadoras, echar gasolina, ir a la biblioteca, ir al médico, trabajar y disfrutar del ocio, hacer la compra y limpiar la casa. Los ritos de paso de un mes son comprar el bonobus, cobrar la nómina y comprar las revistas.

Los ritos de paso durante un año son navidad y frío, año nuevo y primavera, verano y calor, otoño y estudios. Los ritos de paso de una vida son enfermedades, deporte, amor, universidad, sexo y matrimonio, hijos y nietos, divorcio, vejez y muerte.

LA NOCHE DE LOS MUERTOS VIVIENTES

LA NOCHE DE LOS MUERTOS VIVIENTES

Lo difícil que hubiera sido explicarlo todo la noche antes de difuntos en que se apercibía el silencio conque la muerte se adentraba en nuestras casas y en la ciudad. Primero era una neblina blanca que daba paso a una lluvia y en el noticiario se comunicaba la muerte de algún personaje relevante.
El frío titubeaba en aparecer de pronto y sin avisar dejando a nuestras sienes en el tuétano. Siempre había ido contando los muertos, 1.174 entre amigos y conocidos que iban por delante de mí, yo sería el...
Me acordaba perfectamente cómo eran en el último instante en que los dejé solos en sus moradas y la muerte se los llevó.
Era ineluctable y ellos no podían hacer nada más que desaparecer. Su recuerdo benefactor incluso se borraba en mí. No pude hacer más que dejarlos morir.
Tampoco aprovechaba mucho a los vivos el estar vivos. Ellos viajaban o daban vueltas alrededor nuestro en esa noche dispuestos a pedir una recompensa y que nos viniéramos a convivir con ellos.
El Día de Todos los Santos era el día anterior al de todos los difuntos. Aunque muchos que vivían ya estaban muertos para nosotros porque no podíamos utilizarlos en nuestros oficios. Pero no se podía jugar a quitarles la vida. ¡Pobres los que se consideraban como dioses! Pronto vendría el diablo con la guadaña a cobrar sus vidas pretenciosas y llevarse el alma.
Tendrías que creer que Dios quería tu vida. Pero tú desagradecido pronto desestimabas a los vivos. Pero no esperaba nada especial en esta vida. De hecho si no tuviera familia no cumpliría con mis obligaciones. De estar solo ellos pronto reclamarían mi vida. Yo ya estaba muerto. Era un muerto que por alguna misteriosa misión seguía viviendo. Dicen eso que somos como zombis.
Si tú hacías y mejorabas entonces mejoraba tu entorno. Se debía un respeto a todos los muertos y a todos los vivos que podían dar este paso.
La libre elección que hacían los muertos de los vivos para siempre beneficiarles, por parte de los Santos y de la Noche, decidían los pasos de estas nuestras semanas. ¡Que ninguna pedida de ayuda fuese desestimada! Pero siempre era el querer ser torero y el querer volver al ruedo a rematar la faena a pesar de haber sufrido varios revolcones y hartas espantosas cogidas. ¡Ánimo y al toro que no te coge...!

LA CASTIDAD EN LA NOCHE DE HALLOWEEN

LA CASTIDAD EN LA NOCHE DE HALLOWEEN

Los males mentales venían con el exceso del sexo. El único bien era procrear y sacrificarse por ello. La hora de los héroes y de los valientes estaba en la castidad. Con la castidad aumentaba el número de casualidades y de choquear de carambolas de encuentros con vivos y el pasado en la ciudad. Probablemente te reunirías con todos ellos al morir.
Todos te llamaban al reclamo de las buenas intenciones. Con la castidad debías querer ardiente que se produjera lo que soñabas y querías. Y así sucedía.
Con la castidad estabas más unido al Coro de las Vestales y con esta virtud podrías atravesar las fiebres del Hades y llegar al Cielo Carpetano donde estaba el Carro de las Siete Estrellas.
Deberías de alegrarte de ser casto porque es como ser justo y vas a ser portador de muchas cosas triunfantes y esplenderosas. Pero tu mujer estaba enfadada por falta de frenesí, amor y cariño. Nuestro destino se decidía en la cama.
Pero en esto Dios y el reloj de su bondad tomaban más parte que los médicos que venían en tropel tras nosotros hasta la próxima parada.
Tenías que ser casto en estas noches de Halloween para que no te aconteciera ningún mal y para que ningún mal espíritu se te metiera dentro. El carnaval despertaba a los muertos y ya no era el carnaval sexual de los vivos.
Por eso se hacía más intenso el carnaval con los muertos y la castidad de la memoria honrosa y particular que no admitía el desliz de hacer el mal cuando se quería hacer el bien, llamaba a aguantar y hacer minutos de santidad. ¡La castidad resucitaba a los santos!
Si se podía cometer acto impuro si estaba justificado el encuentro con una bella dama. Tenía que morir la gente para no ser testigos de lo que era horror.
Habíamos y teníamos que dejar un espacio apresor en nuestra mente. No te signifiques y pasa y déjalo pasar.
A la mente el hecho de mantener o no, la hace obsesionarse o despistarse, hay que ceder y volver a la tranquilidad del ánimo y la seguridad.
Un pequeño placer contenido nos hace ascender del Cielo para evitar el Infierno. El perfume seminal que nos rodea.